CAPÍTULO 33: Demasiado cerca
Aparqué el
coche frente a casa de Eric. Bajé y me acerqué a la entrada.
-Hola –saludó
Katie al abrir la puerta.
-Hola, Katie,
¿está tu hermano?
Negó con la
cabeza.
-Está en casa
de Amber –dijo la voz de su padre, que en ese momento se acercaba a la puerta-.
Hola, Samira, ¿cómo estás?
-Bien. Bueno,
pues voy a casa de Amber. Gracias.
-Adiós.
Amber se
marchaba con su familia durante los días de fiesta que había en Bridgeport, con
lo que Eric habría ido a despedirse de ella. Dejé el coche aparcado, dado que
en aquella calle era siempre difícil aparcar, y subí hacia casa de mi amiga. Mientras caminaba una enorme ráfaga de aire me
hizo tambalearme. Miré a todos lados, con el corazón en un puño, en busca
probablemente de la sombra que solía seguirle. Sentí algo detrás de mí y me
volví, alerta. Pero no vi nada, ni a nadie. Un segundo después lo sentí de
nuevo delante de mí y observé pasar una sombra. Noté cómo el corazón se me
aceleraba y subí la calle a toda velocidad. En ese momento alguien se abalanzó
sobre mí. Caí de bruces al suelo arañándome ligeramente en los brazos. Antes de
que pudiera gritar, una mano me tapó la boca. Intenté forcejear hasta conseguir
colocarme boca arriba, lo que me permitió ver su rostro, tapado ligeramente por
una capucha. Tenía un rostro anguloso, de tez lisa y ojos negros, los cuales me
estremecieron de pies a cabeza. Traté de incorporarme pero su peso me bloqueaba
por completo. Probé a deshacerme de él, que me sujetaba con mucha fuerza, pero
en el momento que se volvió un segundo para sacar algo de su bolsillo conseguí
liberar las manos mediante el hechizo del fuego. Respiré hondo un segundo e
intenté recordar el conjuro de ataque que hacía unas semanas que llevábamos
entrenando.
-¡Exuperia!
En ese
momento una luz verde apareció sobre la palma de mi mano, como si se tratara de
una esfera luminosa, e hizo que el chico que había sobre mí saliera disparado
metros más allá. Me incorporé todo lo rápido que pude, torpemente, y subí tan
rápido como pude hasta llegar a casa de Amber. Toqué a la puerta
frenéticamente.
-Ya va –oí
que decía la voz de mi amiga, pero seguí tocando-. Que ya…
Abrió la
puerta y me deslicé dentro. Cerré detrás de mí y me doblé por la mitad,
cogiendo aliento.
-Sam, ¿qué
pasa? –preguntó acercándose a mí y poniendo una mano sobre mi hombro.
Cerré los
ojos y apoyé la espalda en la pared, deslizándome hasta el suelo. Amber me fue
a coger de la mano, pero en el momento en el que sus dedos rozaron mi marca los
apartó rápidamente.
-Samira –oí
la voz de Eric junto a mí.
-La
Inquisición me ha atacado…, han estado a punto de cogerme.
-¿Te han
atacado mientras venías? ¿En el coche? –preguntó Amber con una voz alterada.
Negué,
todavía con la cabeza agachada.
-Venía de
casa de Eric…
Levanté la
cabeza y vi a este acercarse a mí, pero se paró, mirándome sorprendido. Amber
soltó un suspiro de asombro.
-Tus ojos
–susurró.
Me levanté
lentamente y me dirigí hacia el espejo, que se encontraba en la otra parte de
la habitación. Me miré y me quedé atónita al ver mis ojos. Eran de un color verde intenso brillante, que
recubría la parte más interna de la pupila; el resto de ella era de un verde
más oscuro. Bajé la mirada hacia mi muñeca, donde la marca ya volvía a su
estado habitual. Levanté la mirada de nuevo y continué observando mis ojos
durante unos segundos más. Luego los cerré y respiré hondo, no sabía por qué
exactamente, se me ponían así después de haber hecho el hechizo, pero estaba
segura de que tranquilizándome desaparecería. En ese momento noté cómo las lágrimas se derramaban por mis ojos,
me di cuenta de que estaba completamente aterrada. Eric me cogió de la mano y
me giró para volverme hacia él. Pasé los brazos alrededor de su cintura y me
apretó con fuerza.
-Tengo miedo
–murmuré.
-Pero Neliel
está organizando algo, ¿no? Eso dijiste.
-Sí, pero ni
siquiera sé lo que es. Y… –se me quebró la voz.
Hundí la
cabeza en su pecho y le abracé con más fuerza.
Tras
tranquilizarme un poco me senté en el sofá, Eric se acomodó junto a mí, y Amber
en el sofá de enfrente. Le cogí a esta la mano suavemente.
-¿Te he
quemado? –pregunté mientras ponía la palma de su mano hacia arriba. Sobre las
yemas de dos de sus dedos se percibía una ligera quemadura-. Lo siento.
-¿Por qué me
ha quemado la marca?
-Porque
cuando uso un hechizo es como si se activara. Antes únicamente me solía pasar
al principio, pero para el hechizo que he hecho se necesita mucha energía.
-¿Y has visto
quién te ha atacado?
Asentí, y me
vino a la mente aquel rostro agresivo, haciendo que un escalofrío me recorriera
de arriba abajo.
-No creo que
puedas hacer mucho con eso –opinó Eric.
-Creo que
debería llamar a mis padres –susurré.
Saqué el
móvil del bolsillo y marqué el número de mi casa.
-¿Sí? –lo
cogió mi padre.
-Papá,
¿puedes venir a por mí? Estoy en casa de Amber.
-Sí. ¿Ha
pasado algo con el coche?
Suspiré.
-El coche
está bien, es que…, la Inquisición ha estado a punto de cogerme.
-¿Te han
vuelto a atacar? –inquirió alarmado.
-Sí, pero me
conseguí deshacer de él.
-Vale, en
seguida voy.
-Gracias –en
cuando acabé de pronunciar la palabra colgó.
Nos quedamos
callados durante unos segundos.
-¿En qué
piensas, Sam? –Amber rompió el silencio.
-En… –me callé,
sin saber si contestar o no-. ¿Qué creéis que harán si me cogen? Probablemente
me maten sin más… en la hoguera.
-¡Sam! –me
recriminó Amber-. Ni lo pienses.
-Lo he dado
en Historia de la Magia –continué-. La Inquisición mata a las brujas en la
hoguera para hacerse con su poder, porque quieren ser más fuertes. Pero si me
matan a mí y todos mueren conmigo… –Eric me hizo callar tapándome la boca.
-No pasará,
¿de acuerdo?
Levanté la
mirada y clavé mis ojos en los suyos.
-Espero que
no. Pero está claro que ellos no…
El sonido del
timbre me interrumpió. Me levanté para abrir la puerta y mi padre se abalanzó
sobre mí para abrazarme. Observé que mi abuela estaba detrás de él.
-¿Estás bien,
cielo? –preguntó.
-Sí –dije al
tiempo que asentía-. Pero necesito ir a casa, al menos ahí sé que estoy segura.
Pero aquí no me atacarían, ¿verdad?
-Con ellos
delante no lo harían.
-Pero me
atacaron una vez cuando iba con Eric.
-No es lo normal.
-Ya, pero…
-Vamos –dijo mientras me
cogía del brazo.
-Espera, tengo que
despedirme de Amber.
-De acuerdo, esperaremos
en el coche.
Me volví hacia mi amiga y
ella se levantó del sofá. Me acerqué para darle un fuerte abrazo.
-Que te lo pases muy
bien.
-Gracias. Y tú ten
cuidado.
-Lo tendré.
Me acerqué a Eric para
darle un beso. Luego me alejé hacia la puerta.
-Adiós.
Mientras caminaba hacia
el coche miré de reojo la dirección en la que había sido atacada, imaginándome
el cuerpo de aquel chico en el suelo. Moví la cabeza ligeramente para sacarme
ese pensamiento de la mente.
Mi padre aparcó en el
garaje y entré en casa, en ese momento me sentía agotada. Claramente el hechizo
empezaba a hacer sus efectos secundarios, los cuales te agotaban por completo si
no sabías manejarlo, que era mi caso. Me dejé caer en el sofá, y me dormí al
instante.
Me desperté lentamente y
me encontré sobre mi cama. Abrí los ojos, y vi a mi madre revoloteando por mi
habitación. Me froté la cara, y me costó unos segundos recordar lo que había
pasado antes de que me durmiera.
-¿Cuánto tiempo llevo
durmiendo? –musité.
-Mucho, la verdad.
Supongo que utilizaste el hechizo del ataque, y no lo dominabas.
Me incorporé y descansé
la espalda contra el cabezal de la cama.
-No, no lo domino para
nada. Sin embargo conseguí hacerlo.
-La adrenalina –explicó.
Observé que rebuscaba
cosas en el armario y las metía en mi bolsa de viaje.
-¿Qué pasa, mamá?
–pregunté extrañada.
Ella paró y se sentó en
el borde de la cama, con un rostro que solo ponía si algo no iba bien.
-Nos vamos –susurró.
-¿Qué? ¿A dónde? –dije
atropelladamente-. ¿Y por qué?
-Iremos una temporada a
la escuela, allí estarás segura.
-Pero…, dijisteis que
había un campo que me protegía y que llegaba a un par de kilómetros. Aquí
estamos seguros.
-No del todo, cariño.
-¿Cómo que no?
-Ellos saben que el
escudo está, y pueden averiguar cómo destruirlo. Y después de lo de ayer lo
mejor es esto.
-¡No! No quiero irme, no
quiero estar escapando de ellos todo el tiempo, no… –paré antes de que las
ansias de llorar me delataran en mi tono de voz. Aunque sabía que estaba más
asustada que enfadada-. ¿Cuánto tiempo estaremos fuera?
Suspiró.
-No lo sé, cariño, el
tiempo que sea necesario.
Me destapé y me senté
junto a mi madre. Me quité el pelo de la cara.
-Está bien –acepté después
de unos segundos.
Me dio un beso en el pelo
antes de levantarse y llevarse la bolsa con ella. Me levanté y me metí en la
ducha. Una vez vestida bajé a desayunar algo.
-Buenos días, dormilona
–me saludó Phoebe, con una sonrisa.
-Buenos días –respondí
sin ánimo.
-¿Por qué esa cara? –dijo
sentándose frente a mí.
-¿No sabes que nos vamos?
-Sí, lo sé –agachó
ligeramente la cabeza.
-¿Y estás contenta? –le
reproché.
-No, para nada. Solo
intentaba animarte un poco.
-No creo que nada me
anime ahora mismo, la verdad.
-Bueno, no creo que
estemos mucho viviendo allí.
-Es que, ¿cómo vamos a
vivir en la escuela? ¿Dónde?
-Hay dos pisos enteros de
residencias, ¿no has subido nunca?
-No –susurré sorprendida-.
Nunca nos dejan subir a los pisos superiores a las aulas.
-Los dos primeros pisos
son de aulas –explicó-, el tercero es exclusivo para los profesores; y los dos
últimos son residencias.
-¿Y qué haremos con las
clases?
Se encogió de hombros.
-No sé qué es lo tendrán
pensado mamá y papá.
Minutos después mi padre
irrumpió en la cocina.
-Ya hemos cogido las
cosas –se acercó hasta mí-. No te preocupes, no estaremos allí tanto tiempo.
Asentí, sin mucho
convencimiento. Ambas nos levantamos y nos dirigimos hacia el recibidor, donde
estaban nuestras cosas. Fueron teletransportándose hasta la escuela, primero
mis padres y luego mi abuela.
-¿Vamos? –preguntó Phoebe
mientras se colgaba la bolsa al hombro.
-Espera, quiero hablar
con Eric.
-No creo que lo mejor sea
ir a su casa ahora.
-Lo llamaré para que
venga.
-Está bien, esperaré
arriba, no creo que a papá y a mamá les haga mucha gracia que te deje sola.
-De acuerdo.
Mientras ella subía a su
habitación yo cogí el móvil y marqué el número de Eric.
-Hola –saludó-. ¿Cómo
estás?
-Ahora mismo no muy bien.
¿Puedes venir?
-Sí, claro. ¿Qué pasa?
-No es nada grave, no te
preocupes.
-Vale, en seguida estoy
allí.
Minutos después llamaron
a la puerta. Me levanté del sofá y abrí.
-Hola –se acercó para
abrazarme-. ¿Qué pasa?
-Pues…, me voy. Nos
vamos, todos. A vivir a la escuela de magia durante el tiempo que sea
necesario.
-¿Qué?
-Dicen que allí estaremos
más seguros. Aunque supongo que no me dejarán encerrada, y que podré venir de
vez en cuando.
-¿Pero no decías que
había un campo o algo así que te protegía?
-Sí, pero
la Inquisición puede descubrir la forma de romperlo, por eso es peligroso
quedarnos aquí.
Me cogió
del brazo para arrimarme más a él y me besó.
-Te quiero
–suspiré.
-Lo dices
como si… fuera a pasar algo malo, y…
Me quedé
callada sin contestar.
-Por favor,
ni lo pienses.
Noté cómo
una lágrima resbalaba por mi mejilla, y él me la enjuagó con el dedo pulgar. Me
volvió a besar.
-Yo también
te quiero.
Se separó
de mí y se encaminó hacia la puerta.
-Adiós.
Agarré mi
bolsa, me la coloqué en el hombro y cogí mi grimorio.
-Phoebe –la
llamé-. Ya estoy lista.
Esta
apareció segundos después por las escaleras.
Aparecimos
en el jardín trasero de la escuela, la cual, al ser domingo, estaba desierta.
Nos dirigimos hacia la entrada, entretanto me sequé los ojos con el dorso de la
mano para que no se me notara ningún rastro de lágrimas. Al entrar nos
encontramos a mis padres y mi abuela hablando con Neliel. Todos se giraron
hacia nosotras cuando se percataron.
-Hola
–saludé vacilante.
-Hola,
Samira –habló la directora-. ¿Cómo estás?
Me encogí
de hombros a modo de respuesta.
-Hola,
Neliel –saludó Phoebe.
-Hacía
tiempo que no se te veía por aquí, ni a Simon tampoco. ¿Qué tal estás, Phoebe?
-Bien.
-¿Por qué
habéis tardado tanto? –preguntó mi madre.
Phoebe se
volvió hacia mí.
-Quería
hablar con Eric –expliqué.
-Bueno,
vamos a instalarnos –cambió enseguida de tema mi abuela.
-Claro
–contestó Neliel-. Por aquí.
Hizo una
señal con la cabeza para que la siguiéramos. Subimos las enormes escaleras de
piedra que se encontraban al final del pasillo hasta el cuarto piso. Nos
encontramos con un gran pasillo repleto de puertas numeradas. Caminamos hasta
el final, donde Neliel nos enseñó las que serían nuestras respectivas
habitaciones, espero que tan solo por un par de días. La mía y la de mi hermana
estaban una junto a otra, enfrentadas a las de mis padres y mi abuela. Entré en
mi cuarto y me encontré con una estancia prácticamente igual que el resto del
edificio, con ventanas algo más pequeñas. Una gran cama se extendía en el
centro de la habitación. A un lado se encontraba una puerta, la cual daba a un
pequeño baño; frente a la cama estaba el armario y a la izquierda de este,
frente a la pared de al lado, se encontraba una mesa de escritorio. Dejé la bolsa
y el grimorio sobre la cama y me tumbé. En ese momento oí que alguien entraba
por la puerta. Miré de reojo a esta, pero no había nadie allí. Me incorporé y
vi que en la pared en la que se encontraba el armario había aparecido una
puerta, y me hermana estaba junto a ella.
-¿De dónde
ha salido esa puerta? –insinué.
-Las
habitaciones se pueden unir. He pensado que estaría bien.
Me quedé
mirando la puerta unos segundos.
-Te queda
mucho por aprender –suspiró.
-Sí,
definitivamente, sí –afirmé.
Estuve
vagabundeando durante todo el día por la escuela, indagando por cada planta.
Descubrí que en el último piso se encontraba el comedor y una enorme sala de
entretenimiento.
Después de
cenar me levanté de la mesa y me dirigí de nuevo a mi habitación. Me dejé caer
en la cama, el día había sido realmente aburrido.
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