lunes, 16 de julio de 2012

CAPÍTULO 33


CAPÍTULO 33: Demasiado cerca
Aparqué el coche frente a casa de Eric. Bajé y me acerqué a la entrada.
-Hola –saludó Katie al abrir la puerta.
-Hola, Katie, ¿está tu hermano?
Negó con la cabeza.
-Está en casa de Amber –dijo la voz de su padre, que en ese momento se acercaba a la puerta-. Hola, Samira, ¿cómo estás?
-Bien. Bueno, pues voy a casa de Amber. Gracias.
-Adiós.
Amber se marchaba con su familia durante los días de fiesta que había en Bridgeport, con lo que Eric habría ido a despedirse de ella. Dejé el coche aparcado, dado que en aquella calle era siempre difícil aparcar, y subí hacia casa de mi amiga.  Mientras caminaba una enorme ráfaga de aire me hizo tambalearme. Miré a todos lados, con el corazón en un puño, en busca probablemente de la sombra que solía seguirle. Sentí algo detrás de mí y me volví, alerta. Pero no vi nada, ni a nadie. Un segundo después lo sentí de nuevo delante de mí y observé pasar una sombra. Noté cómo el corazón se me aceleraba y subí la calle a toda velocidad. En ese momento alguien se abalanzó sobre mí. Caí de bruces al suelo arañándome ligeramente en los brazos. Antes de que pudiera gritar, una mano me tapó la boca. Intenté forcejear hasta conseguir colocarme boca arriba, lo que me permitió ver su rostro, tapado ligeramente por una capucha. Tenía un rostro anguloso, de tez lisa y ojos negros, los cuales me estremecieron de pies a cabeza. Traté de incorporarme pero su peso me bloqueaba por completo. Probé a deshacerme de él, que me sujetaba con mucha fuerza, pero en el momento que se volvió un segundo para sacar algo de su bolsillo conseguí liberar las manos mediante el hechizo del fuego. Respiré hondo un segundo e intenté recordar el conjuro de ataque que hacía unas semanas que llevábamos entrenando.
-¡Exuperia!
En ese momento una luz verde apareció sobre la palma de mi mano, como si se tratara de una esfera luminosa, e hizo que el chico que había sobre mí saliera disparado metros más allá. Me incorporé todo lo rápido que pude, torpemente, y subí tan rápido como pude hasta llegar a casa de Amber. Toqué a la puerta frenéticamente.
-Ya va –oí que decía la voz de mi amiga, pero seguí tocando-. Que ya…
Abrió la puerta y me deslicé dentro. Cerré detrás de mí y me doblé por la mitad, cogiendo aliento.
-Sam, ¿qué pasa? –preguntó acercándose a mí y poniendo una mano sobre mi hombro.
Cerré los ojos y apoyé la espalda en la pared, deslizándome hasta el suelo. Amber me fue a coger de la mano, pero en el momento en el que sus dedos rozaron mi marca los apartó rápidamente.
-Samira –oí la voz de Eric junto a mí.
-La Inquisición me ha atacado…, han estado a punto de cogerme.
-¿Te han atacado mientras venías? ¿En el coche? –preguntó Amber con una voz alterada.
Negué, todavía con la cabeza agachada.
-Venía de casa de Eric…
Levanté la cabeza y vi a este acercarse a mí, pero se paró, mirándome sorprendido. Amber soltó un suspiro de asombro.
-Tus ojos –susurró.
Me levanté lentamente y me dirigí hacia el espejo, que se encontraba en la otra parte de la habitación. Me miré y me quedé atónita al ver mis ojos. Eran de un color verde intenso brillante, que recubría la parte más interna de la pupila; el resto de ella era de un verde más oscuro. Bajé la mirada hacia mi muñeca, donde la marca ya volvía a su estado habitual. Levanté la mirada de nuevo y continué observando mis ojos durante unos segundos más. Luego los cerré y respiré hondo, no sabía por qué exactamente, se me ponían así después de haber hecho el hechizo, pero estaba segura de que tranquilizándome desaparecería. En ese momento noté cómo las lágrimas se derramaban por mis ojos, me di cuenta de que estaba completamente aterrada. Eric me cogió de la mano y me giró para volverme hacia él. Pasé los brazos alrededor de su cintura y me apretó con fuerza.
-Tengo miedo –murmuré.
-Pero Neliel está organizando algo, ¿no? Eso dijiste.
-Sí, pero ni siquiera sé lo que es. Y… –se me quebró la voz.
Hundí la cabeza en su pecho y le abracé con más fuerza.
Tras tranquilizarme un poco me senté en el sofá, Eric se acomodó junto a mí, y Amber en el sofá de enfrente. Le cogí a esta la mano suavemente.
-¿Te he quemado? –pregunté mientras ponía la palma de su mano hacia arriba. Sobre las yemas de dos de sus dedos se percibía una ligera quemadura-. Lo siento.
-¿Por qué me ha quemado la marca?
-Porque cuando uso un hechizo es como si se activara. Antes únicamente me solía pasar al principio, pero para el hechizo que he hecho se necesita mucha energía.
-¿Y has visto quién te ha atacado?
Asentí, y me vino a la mente aquel rostro agresivo, haciendo que un escalofrío me recorriera de arriba abajo.
-No creo que puedas hacer mucho con eso –opinó Eric.
-Creo que debería llamar a mis padres –susurré.
Saqué el móvil del bolsillo y marqué el número de mi casa.
-¿Sí? –lo cogió mi padre.
-Papá, ¿puedes venir a por mí? Estoy en casa de Amber.
-Sí. ¿Ha pasado algo con el coche?
Suspiré.
-El coche está bien, es que…, la Inquisición ha estado a punto de cogerme.
-¿Te han vuelto a atacar? –inquirió alarmado.
-Sí, pero me conseguí deshacer de él.
-Vale, en seguida voy.
-Gracias –en cuando acabé de pronunciar la palabra colgó.
Nos quedamos callados durante unos segundos.
-¿En qué piensas, Sam? –Amber rompió el silencio.
-En… –me callé, sin saber si contestar o no-. ¿Qué creéis que harán si me cogen? Probablemente me maten sin más… en la hoguera.
-¡Sam! –me recriminó Amber-. Ni lo pienses.
-Lo he dado en Historia de la Magia –continué-. La Inquisición mata a las brujas en la hoguera para hacerse con su poder, porque quieren ser más fuertes. Pero si me matan a mí y todos mueren conmigo… –Eric me hizo callar tapándome la boca.
-No pasará, ¿de acuerdo?
Levanté la mirada y clavé mis ojos en los suyos.
-Espero que no. Pero está claro que ellos no…
El sonido del timbre me interrumpió. Me levanté para abrir la puerta y mi padre se abalanzó sobre mí para abrazarme. Observé que mi abuela estaba detrás de él.
-¿Estás bien, cielo? –preguntó.
-Sí –dije al tiempo que asentía-. Pero necesito ir a casa, al menos ahí sé que estoy segura. Pero aquí no me atacarían, ¿verdad?
-Con ellos delante no lo harían.
-Pero me atacaron una vez cuando iba con Eric.
-No es lo normal.
-Ya, pero…
-Vamos –dijo mientras me cogía del brazo.
-Espera, tengo que despedirme de Amber.
-De acuerdo, esperaremos en el coche.
Me volví hacia mi amiga y ella se levantó del sofá. Me acerqué para darle un fuerte abrazo.
-Que te lo pases muy bien.
-Gracias. Y tú ten cuidado.
-Lo tendré.
Me acerqué a Eric para darle un beso. Luego me alejé hacia la puerta.
-Adiós.
Mientras caminaba hacia el coche miré de reojo la dirección en la que había sido atacada, imaginándome el cuerpo de aquel chico en el suelo. Moví la cabeza ligeramente para sacarme ese pensamiento de la mente.
Mi padre aparcó en el garaje y entré en casa, en ese momento me sentía agotada. Claramente el hechizo empezaba a hacer sus efectos secundarios, los cuales te agotaban por completo si no sabías manejarlo, que era mi caso. Me dejé caer en el sofá, y me dormí al instante.
Me desperté lentamente y me encontré sobre mi cama. Abrí los ojos, y vi a mi madre revoloteando por mi habitación. Me froté la cara, y me costó unos segundos recordar lo que había pasado antes de que me durmiera.
-¿Cuánto tiempo llevo durmiendo? –musité.
-Mucho, la verdad. Supongo que utilizaste el hechizo del ataque, y no lo dominabas.
Me incorporé y descansé la espalda contra el cabezal de la cama.
-No, no lo domino para nada. Sin embargo conseguí hacerlo.
-La adrenalina –explicó.
Observé que rebuscaba cosas en el armario y las metía en mi bolsa de viaje.
-¿Qué pasa, mamá? –pregunté extrañada.
Ella paró y se sentó en el borde de la cama, con un rostro que solo ponía si algo no iba bien.
-Nos vamos –susurró.
-¿Qué? ¿A dónde? –dije atropelladamente-. ¿Y por qué?
-Iremos una temporada a la escuela, allí estarás segura.
-Pero…, dijisteis que había un campo que me protegía y que llegaba a un par de kilómetros. Aquí estamos seguros.
-No del todo, cariño.
-¿Cómo que no?
-Ellos saben que el escudo está, y pueden averiguar cómo destruirlo. Y después de lo de ayer lo mejor es esto.
-¡No! No quiero irme, no quiero estar escapando de ellos todo el tiempo, no… –paré antes de que las ansias de llorar me delataran en mi tono de voz. Aunque sabía que estaba más asustada que enfadada-. ¿Cuánto tiempo estaremos fuera?
Suspiró.
-No lo sé, cariño, el tiempo que sea necesario.
Me destapé y me senté junto a mi madre. Me quité el pelo de la cara.
-Está bien –acepté después de unos segundos.
Me dio un beso en el pelo antes de levantarse y llevarse la bolsa con ella. Me levanté y me metí en la ducha. Una vez vestida bajé a desayunar algo.
-Buenos días, dormilona –me saludó Phoebe, con una sonrisa.
-Buenos días –respondí sin ánimo.
-¿Por qué esa cara? –dijo sentándose frente a mí.
-¿No sabes que nos vamos?
-Sí, lo sé –agachó ligeramente la cabeza.
-¿Y estás contenta? –le reproché.
-No, para nada. Solo intentaba animarte un poco.
-No creo que nada me anime ahora mismo, la verdad.
-Bueno, no creo que estemos mucho viviendo allí.
-Es que, ¿cómo vamos a vivir en la escuela? ¿Dónde?
-Hay dos pisos enteros de residencias, ¿no has subido nunca?
-No –susurré sorprendida-. Nunca nos dejan subir a los pisos superiores a las aulas.
-Los dos primeros pisos son de aulas –explicó-, el tercero es exclusivo para los profesores; y los dos últimos son residencias.
-¿Y qué haremos con las clases?
Se encogió de hombros.
-No sé qué es lo tendrán pensado mamá y papá.
Minutos después mi padre irrumpió en la cocina.
-Ya hemos cogido las cosas –se acercó hasta mí-. No te preocupes, no estaremos allí tanto tiempo.
Asentí, sin mucho convencimiento. Ambas nos levantamos y nos dirigimos hacia el recibidor, donde estaban nuestras cosas. Fueron teletransportándose hasta la escuela, primero mis padres y luego mi abuela.
-¿Vamos? –preguntó Phoebe mientras se colgaba la bolsa al hombro.
-Espera, quiero hablar con Eric.
-No creo que lo mejor sea ir a su casa ahora.
-Lo llamaré para que venga.
-Está bien, esperaré arriba, no creo que a papá y a mamá les haga mucha gracia que te deje sola.
-De acuerdo.
Mientras ella subía a su habitación yo cogí el móvil y marqué el número de Eric.
-Hola –saludó-. ¿Cómo estás?
-Ahora mismo no muy bien. ¿Puedes venir?
-Sí, claro. ¿Qué pasa?
-No es nada grave, no te preocupes.
-Vale, en seguida estoy allí.
Minutos después llamaron a la puerta. Me levanté del sofá y abrí.
-Hola –se acercó para abrazarme-. ¿Qué pasa?
-Pues…, me voy. Nos vamos, todos. A vivir a la escuela de magia durante el tiempo que sea necesario.
-¿Qué?
-Dicen que allí estaremos más seguros. Aunque supongo que no me dejarán encerrada, y que podré venir de vez en cuando.
-¿Pero no decías que había un campo o algo así que te protegía?
-Sí, pero la Inquisición puede descubrir la forma de romperlo, por eso es peligroso quedarnos aquí.
Me cogió del brazo para arrimarme más a él y me besó.
-Te quiero –suspiré.
-Lo dices como si… fuera a pasar algo malo, y…
Me quedé callada sin contestar.
-Por favor, ni lo pienses.
Noté cómo una lágrima resbalaba por mi mejilla, y él me la enjuagó con el dedo pulgar. Me volvió a besar.
-Yo también te quiero.
Se separó de mí y se encaminó hacia la puerta.
-Adiós.
Agarré mi bolsa, me la coloqué en el hombro y cogí mi grimorio.
-Phoebe –la llamé-. Ya estoy lista.
Esta apareció segundos después por las escaleras.
Aparecimos en el jardín trasero de la escuela, la cual, al ser domingo, estaba desierta. Nos dirigimos hacia la entrada, entretanto me sequé los ojos con el dorso de la mano para que no se me notara ningún rastro de lágrimas. Al entrar nos encontramos a mis padres y mi abuela hablando con Neliel. Todos se giraron hacia nosotras cuando se percataron.
-Hola –saludé vacilante.
-Hola, Samira –habló la directora-. ¿Cómo estás?
Me encogí de hombros a modo de respuesta.
-Hola, Neliel –saludó Phoebe.
-Hacía tiempo que no se te veía por aquí, ni a Simon tampoco. ¿Qué tal estás, Phoebe?
-Bien.
-¿Por qué habéis tardado tanto? –preguntó mi madre.
Phoebe se volvió hacia mí.
-Quería hablar con Eric –expliqué.
-Bueno, vamos a instalarnos –cambió enseguida de tema mi abuela.
-Claro –contestó Neliel-. Por aquí.
Hizo una señal con la cabeza para que la siguiéramos. Subimos las enormes escaleras de piedra que se encontraban al final del pasillo hasta el cuarto piso. Nos encontramos con un gran pasillo repleto de puertas numeradas. Caminamos hasta el final, donde Neliel nos enseñó las que serían nuestras respectivas habitaciones, espero que tan solo por un par de días. La mía y la de mi hermana estaban una junto a otra, enfrentadas a las de mis padres y mi abuela. Entré en mi cuarto y me encontré con una estancia prácticamente igual que el resto del edificio, con ventanas algo más pequeñas. Una gran cama se extendía en el centro de la habitación. A un lado se encontraba una puerta, la cual daba a un pequeño baño; frente a la cama estaba el armario y a la izquierda de este, frente a la pared de al lado, se encontraba una mesa de escritorio. Dejé la bolsa y el grimorio sobre la cama y me tumbé. En ese momento oí que alguien entraba por la puerta. Miré de reojo a esta, pero no había nadie allí. Me incorporé y vi que en la pared en la que se encontraba el armario había aparecido una puerta, y me hermana estaba junto a ella.
-¿De dónde ha salido esa puerta? –insinué.
-Las habitaciones se pueden unir. He pensado que estaría bien.
Me quedé mirando la puerta unos segundos.
-Te queda mucho por aprender –suspiró.
-Sí, definitivamente, sí –afirmé.
Estuve vagabundeando durante todo el día por la escuela, indagando por cada planta. Descubrí que en el último piso se encontraba el comedor y una enorme sala de entretenimiento.
Después de cenar me levanté de la mesa y me dirigí de nuevo a mi habitación. Me dejé caer en la cama, el día había sido realmente aburrido.

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