CAPÍTULO 27: Borrachera
-Amber –la llamó Alison
desde detrás. Ambas nos giramos para verla acercarse junto a Natasha-. ¿Los
tienes?
-Sí –cogió su cartera
de la mochila y de esta sacó unos carnets-. Aquí los tenéis.
Le dio uno a cada una.
-¿A qué hora quedamos?
–preguntó Natasha.
-A las diez en mi casa
–contestó Alison-. ¿Os parece bien?
-Genial. Nos vemos a
las diez.
-Adiós.
Mientras nos dirigíamos
hacia su coche Amber sacó un tercer carnet.
-Aquí tienes el tuyo.
Lo miré con
desconfianza un instante y luego lo cogí.
-¿Qué te pasa?
-No sé si esto es buena
idea.
-Vamos, pero si te
gustó cuando te lo conté. Además, solo vamos a ir a una discoteca a
divertirnos, nada más. Mi primo lo ha utilizado y no va a pasar nada, solo
miran la edad y ya está. Pero creo que estás pensando en otra cosa –nos metimos
en el coche-. ¿Todavía no se lo has contado? Ha pasado casi una semana.
-Le llamé, pero seguía
en el hospital.
-Ya, y tampoco
insististe. ¿De verdad que aún te estás planteando si contárselo o no?
No contesté y eché la
cabeza hacia atrás, notando cómo las lágrimas llegaban a mis ojos. Minutos
después llegamos a mi casa.
-Nos vemos en casa de
Alison a las diez
-Adiós –me despedí
mientras salía del coche.
Entré en casa y me
tumbé en el sofá, de mala gana. Estos días estaba agotada. Cogí el teléfono,
que estaba sobre la mesa. Jugueteé con él entre las manos, sin querer marcar el
número de Eric. Sabía que ya llevaba un par de días en casa, aunque no había
venido al instituto. Seguramente esto no
lo estropearía, sino que arreglaría las cosas, parecía que más que nada
quería convencerme a mí misma.
-Samira –me llamó la
voz de mi abuela. Abrí los ojos y me desperecé; me había quedado dormida-. Vas
a llegar tarde a la escuela.
Me levanté del sofá y
me froté la cara.
-No sé si quiero ir a
la escuela, la magia no ha hecho más que estropearme la vida.
-Oh, vamos, no digas
eso.
-Es la verdad, abuela.
Gracias a la magia estoy en peligro de que unos tipos vengan y me maten. Y ha
estropeado mi relación con Eric.
-Creo que la relación
la has estropeado tú con las mentiras –intervino Phoebe.
La fulminé con la
mirada.
-No te metas, no estoy
hablando contigo –le espeté furiosa.
-Vale, dejemos la
discusión. Ahora coge tu grimorio y ves a la escuela.
Subí a mi habitación y
cogí el libro.
Aparecí en el jardín
delantero de Itziar. Me dirigí hacia el aula de Pociones y me senté junto a
Ayerai.
-Hola –dijo con una
sonrisa.
-Hola, ¿qué tal?
-Bien. Pero tú no
tienes muy buena cara.
Resoplé.
-Digamos que estoy un
poco cabreada con la magia.
-A ver si lo adivino,
¿Eric?
-En parte.
-¿Todavía no le has
contado nada?
-No, no lo he hecho
–repliqué-. Y sé lo que vas a decir, que debería decírselo. Lo haré, ¿vale?
-Está bien.
Continuamos preparando
la poción del día anterior, que debía reposar un día antes de continuar.
Anduvimos hasta el
patio trasero de la escuela, donde la profesora de hechizos nos esperaba. Nos
separó por cuartetos para que lucháramos en un dos contra dos. A Mayara y a mí
nos tocó luchar contra Dania
y Doman, a los cuales derrotamos casi sin problemas. La verdad es que Mayara y
yo hacíamos un muy buen equipo, nos compenetrábamos bien y sabíamos
anticiparnos a los movimientos del contrario. La profesora cambió las parejas y
nos tocó luchar esta vez contra Neile y Ayerai. Nos miramos desafiantes.
Creamos un campo protector a nuestro alrededor y yo hice que dos pequeñas
esferas de fuego aparecieran sobre la palma de mis manos. Ayerai me imitó
haciéndolo con el hechizo del agua.
Con mi último
lanzamiento el campo se rompió y ambos cayeron al suelo.
-Dejémoslo aquí –musitó
Neile, jadeante-. Vale, nos habéis ganado.
-Podemos contratacar
–replicó Ayerai mientras se levantaba.
-No queráis –dijo
Mayara.
Resopló.
-Aprende a perder
Ayerai –le recriminó Neile con una sonrisa mientras le hacía cosquillas en el
vientre. Este le cogió de la mano para acercarla más. Ella intentó deshacerse
de él, pero le pasó el brazo por la cintura y la besó.
Miré a Mayara que se
encogió de hombros y luego los observé de nuevo. Ambos se separaron y percibí
que bajo su piel Neile se sonrojaba mientras nos miraba de reojo.
-Vale, clase, se acabó
por hoy –todos nos acercamos hacia la profesora-. Habéis entrenado muy bien –se
giró hacia nosotras-. Vosotras dos estáis en muy buena forma, he visto cómo
habéis derrotado a la parejita –los aludidos se rieron por lo bajo-. El lunes
seguiremos practicando.
La gente fue saliendo,
sin embargo nosotras nos quedamos charlando un rato. Me tumbé en el césped, cansada.
Ayerai se fue a los pocos minutos y en cuanto vi que desaparecía me giré hacia
Neile.
-No me habías dicho que
estabas saliendo con él –le acusé.
-Sabías que me gustaba.
Además, sí que te dije que habíamos quedado.
Le miré extrañada.
-¿Me lo dijiste?
-Sí, ya veo que no me
escuchabas.
Hice una mueca.
-Últimamente tengo
muchas cosas en la cabeza.
-¿Qué tal con Eric, por
cierto?
Desvié la mirada.
-No, no se lo he dicho
todavía –contesté antes de que dijeran nada.
-¿Por alguna razón en
especial? –preguntó Mayara.
-Estaba en el hospital.
Enarcó una ceja.
-¿Cuánto hace que salió
del hospital?
-Unos dos días.
-¿Entonces?
-Lo haré, pero dejar
todo el mundo de presionarme.
-Ya verás cómo todo
sale bien –me tranquilizó Neile.
-Eso espero. Ahora me
tengo que ir –dije mientras me levantaba del suelo.
-Nos vemos el lunes.
Aparecí en mi
habitación. Todavía quedaban dos horas, así que me preparé tranquilamente. Me
vestí con unos pantalones cortos de color negro y una blusa de tirantes blanca.
Me enfundé mis tacones favoritos y me maquillé. Una vez lista cogí una bolsa para
guardar la ropa necesaria, dado que me quedaría en casa de Amber a dormir.
-Phoebe, ya estoy lista
–informé, ya que no podía irme sola-. Me voy, mamá, hasta mañana.
-Adiós –oí que
respondía desde el despacho.
-¿Dónde has quedado?
–preguntó mientras cogía las llaves y salíamos por la puerta.
-En casa de Alison.
Me miró de arriba
abajo.
-¿Qué?
-Pareces más mayor que
yo.
Sonreí.
-Gracias, de eso se
trata.
-Que tengáis suerte.
Paró frente a la casa
de Alison y bajé del coche con la bolsa en el hombro.
-Nos vemos mañana.
-¿Te tengo que recoger
a alguna hora?
-No, Amber me llevará.
-De acuerdo. Adiós.
Llamé y Natasha abrió
la puerta.
-Hola, chicas –saludé
al entrar al comedor.
-Vale, ya estamos
todas. Es hora de irnos.
Fuimos todas en el
coche de Alison. Dejé la bolsa antes de salir y metí mi cartera en el bolso de
Natasha, que era la única que llevaba uno. Nos pusimos en la cola de entrada de
la discoteca, y pasamos sin problemas con los carnets falsos que el primo de Amber
nos había hecho. El local parecía grande desde fuera, pero lo era aún más desde
dentro: se dividía en dos pisos, los cuales estaban unidos por una gran escalera.
-Madre mía, esto es
enorme –musitó Alison.
-Genial, a disfrutar.
Nos metimos hacia la
marabunta de gente. Después de estar bailando durante casi una hora Amber y yo
nos alejamos hacia la barra. Nos pedimos unos refrescos y nos los tomamos
tranquilamente. En seguida volvimos a la pista del baile.
Me empecé a sentir algo
agobiada y decidí acercarme a la barra. Al ver que la de la parte superior
estaba abarrotada bajé al piso de abajo. Al parecer Alison y Natasha no
parecieron percatarse de que me iba, ya que estaban embobadas coqueteando con
unos chicos universitarios. Y Amber había desaparecido al sonarle el móvil. Me
senté en el primer taburete vacío que vi. Sin saber por qué me vino el rostro
de Eric a la cabeza y volví de nuevo a pensar en todo aquello. En cuanto le cuente todo se alejara de mí,
pensé. Pero no, no quería pensar en él ahora.
-¿Te pongo algo?
–preguntó la chica de la barra sacándome de mi hilo de pensamientos.
Me quedé pensando unos
segundos.
-Ponme un cubata –pidió
un chico a mi lado. Era moreno, de ojos oscuros, algo más alto que yo.
-Otro para mí –dije
casi sin pensar.
El chico se giró y me
dedicó una pequeña sonrisa, que le devolví. La camarera dejó sobre la barra lo
que habíamos pedido. Le pegué un sorbo y noté como me ardía la garganta con
forme el líquido iba cayendo hasta el estómago. Hice una mueca y el chico se
rió por lo bajini. Me giré hacia él y me devolvió la mirada.
-Soy Cameron –se
presentó alargando la mano.
-Samira –se la
estreché.
Hablé con él
distraídamente mientras me tomaba la bebida. En cuanto me lo acabé me volví
hacia la camarera.
-Ponme otro.
-Que sean dos –se unió
él con una sonrisa.
-Vale, a ver quién se
lo bebe antes –dije entre risas.
Miré a Cameron
desafiante y ambos cogimos los vasos.
-A la de tres. Una,
dos, ¡tres!
Me llevé el vaso hasta
la boca, tragando tan rápido como pude, y noté como el alcohol me quemaba la
garganta por tercera vez. Él dejó el vaso pocos segundos antes de que yo lo
hiciera.
-Te he ganado –dijo con
una sonrisa triunfal.
-¡Sam! –oí que alguien
me llamaba, pero lo ignoré por completo.
-Ponme otro –exigí-.
Esta vez gano yo.
-¡Sam! –noté que me
cogían del brazo y me giré. Me costó un instante enfocar para ver el rostro de
mi amiga.
-¿Qué quieres?
-¿Que qué quiero? Pues…
-Ponme otro –volví a
repetir a la camarera, ignorándola.
-¿Otro? Ni lo sueñes.
Estiró de mí para que
bajara del taburete y cogió mi chaqueta.
-Vámonos.
-No seas aguafiestas,
Amber.
-Sí que lo soy. Venga.
-Adiós, Cameron, ya nos
veremos.
-Lo dudo –replicó mi
amiga fríamente.
-A veces tiene mal
genio, pero es buena chica.
Él se rió. Amber me
empujó entre la gente, de la cual solo oía voces sin sentido, hasta salir del
local. El aire fresco me dio de lleno en la cara, y noté que estaba sudando.
-Siéntate –me ordenó
señalando el bordillo.
-¿Qué pasa ahora eres
mi madre?
-No –dijo seriamente
mientras tiraba de mí para que me sentara.
Luego se levantó y
empezó a dar vueltas mientras hablaban por el móvil. Yo apenas me enteraba de
lo que decía.
-Estamos en la
discoteca Thisit –se quedó callada-. Vale, gracias.
Se sentó de nuevo junto
a mí.
-Sam, apestas a
alcohol.
-¿Con quién… hablabas?
-Con alguien que pueda
venir a recogernos porque he llamado mil veces a Alison y Natasha y no me cogen
el móvil.
Sin saber por qué me
empecé a reír.
-¿Te hace gracia? Nos
han dejado tiradas.
No pude contestar con
más que una carcajada.
-Genial, ahora es
cuando te ríes por todo, ¿no?
Yo seguí riendo.
-Dios, Sam, se te ha
ido la cabeza, ¿lo sabías? Seguramente ese chico pensaba que querías ligar con
él.
Solté otra risotada.
Ella resopló y me cubrió con la chaqueta. Minutos después vi acercarse a lo
lejos un coche rojo.
-Ya está aquí –indicó
mientras se levantaba.
-¿Eric? ¿Has llamado a
Eric? –repliqué incorporándome de golpe y la cabeza me dio vueltas. Ella me
cogió por el brazo.
El coche aparcó en la
otra acera y Eric salió de él para acercarse hasta nosotras.
-Hola –saludó en un
susurro.
Le miré un segundo y
apreté los labios para no dejar salir una carcajada, pero no lo conseguí.
-Lleva todo el rato
riéndose por todo –explicó Amber-. Vámonos.
Empecé a andar y yo
misma noté que mis pasos no eran rectos, y todo se veía un poco borroso. Eric
me sujetó por la cintura.
-Puedo sola –dije ahora
sin ninguna risa.
No replicó nada y pasó
mi brazo por sus hombros.
-Que puedo sola.
-Sam, cállate –me
espetó Amber.
Me solté de él de un empujón
y me acerqué a mi amiga, pero las piernas me flojearon un segundo y Eric me
volvió a coger. Me sentó en la parte trasera junto a Amber; él se sentó al
volante. Entretanto apoyé la cabeza contra el frío cristal y cerré los ojos.
-No dejes que se duerma
–oí que decía Eric.
Amber me estiró del
brazo para que me incorporara y movió mi cabeza hasta que abrí de nuevo los
ojos.
-¿Qué narices ha pasado
para que se emborrache?
-Pues, he salido porque
me habían llamado al móvil. Y Alison y Natasha ni siquiera se han dado cuenta
de que Sam se había ido a la barra. No… –empecé a dejar de escucharla.
-¡Sam! –volví a abrir
los ojos de golpe.
-Estoy despierta, estoy
despiert…–volví a soltar una carcajada-. Deberíamos salir más de fiesta.
-No lo creo.
-Oh, vamos. Puedo
llamar a Cameron.
-Ni siquiera tienes su
número.
-¿Cameron? –dijo Eric.
-Un chico con el que
estaba bebiendo. Pero nada más que eso.
-Bueno, ya hemos
llegado.
Amber me ayudó a salir
del coche. Me quedé observando el chalet que teníamos frente a nosotros.
-Bonita casa, ¿de quién
es?
-Es la mía, Sam –se
quedó un momento callada-. Oh, ¡mierda!
Le tapé la boca
rápidamente.
-No digas palabrotas
–le dije en voz baja mientras me llevaba el dedo a los labios.
Ella me apartó el brazo
bruscamente.
-¿Solo lo noto yo o es
que estás un poquito antipática?
-Sam, por favor.
-¿Qué es lo que pasa?
–preguntó Eric.
-Metí las llaves en la
bolsa de Sam y la dejó en el coche de Alison.
-Pues sí que tenemos un
problema –murmuré cruzándome de brazos.
-Podéis quedaros en mi
casa –se ofreció él.
-¿Y tus padres nos
dejarán? –inquirí.
-Sus padres se han ido
de fin de semana con los míos –explicó Amber cansinamente.
-Ah…
Volvimos a entrar en el
coche y bajamos la calle hasta llegar a su casa. Eric abrió la puerta. Entré en
la estancia y me tumbé en el sofá.
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