CAPÍTULO 26: Las mentiras lo estropean todo
Desperté en el hospital. Miré a mi alrededor y
me encontré con mi madre y mi abuela sentadas en una butaca que se encontraba
junto a la cama. Me incorporé lentamente.
-Hola, cariño –dijo mi madre acercándose a
mí-. ¿Cómo te encuentras?
-Bien –respondí todavía algo confusa-. Me
duele un poco la cabeza.
-¿Qué es lo que pasó?
-Creo que eso deberíamos hablarlo en casa
–intervino mi abuela.
Me froté ligeramente la cara y noté una gran
gasa en la frente. Cerré los ojos y me vino a la mente aquella persona que
había en el bosque.
-Hola –saludó un hombre en la puerta. Vestía
una bata blanca en la que se podía leer <<Doctor Cooper>> y llevaba una carpeta marrón en la mano. Se acercó
hasta mi cama-. ¿Cómo te encuentras, Samira?
-Bien, solo tengo dolor de cabeza.
-Eso suena bien –me levantó el párpado derecho y
apuntó a la pupila con una pequeña luz, luego hizo lo mismo con el otro-.
Parece que reaccionas bien.
-Sí, yo estoy bien, pero ¿cómo
está Eric? –pregunté un poco alterada.
-Él está algo más grave que tú, pero está
bien.
-¿Puedo ir a verle?
Me miró un momento, sin saber si aceptar o no.
-Puedo levantarme, no me encuentro mal, de
verdad.
-Está bien. Pero descansa un poco, luego lo
verás. Ahora está durmiendo.
-De acuerdo.
Mientras esperaba con impaciencia a que el
doctor Cooper volviera para dejarme ir a ver a Eric mi hermana y mi padre
entraron por la puerta.
-Hola –saludaron acercándose a mí-. ¿Cómo
estás?
-Bien.
Phoebe se sentó en la cama, sin saber si decir
algo o no.
-¿Crees que fueron ellos los que provocaron el
accidente? –preguntó en un susurro.
Tragué saliva y asentí levemente.
-No sé exactamente qué pasó, pero Eric intentó
esquivar algo y el coche salió de la carretera. Luego…
-Samira –me interrumpió la voz del doctor
desde la puerta-. Eric ya se ha despertado, ¿quieres ir a verle?
-Sí, claro –dije incorporándome.
-¿Puedes andar bien?
Asentí y me levanté de la cama con un poco de
ayuda. El doctor me acompañó hasta la habitación en la que se encontraba Eric.
Cuando llegamos lo vi sentado en la cama, con su hermana junto a él. Tenía una
venda enrollada a nivel de la frente y algunas heridas en el rostro. Toqué a la
puerta, vacilante, y todos se volvieron hacia mí.
-Hola.
-Hola –respondió incorporándose ligeramente, y
haciendo una mueca de dolor al realizar la acción.
-Hola, Samira –me saludó amablemente su madre-. Os dejaremos solos. Katie, vamos.
Cogió a la niña en
brazos y ambas salieron por la puerta.
-¿Cómo estás? –se
anticipó a mi pregunta.
-Bien, ¿pero tú cómo te
encuentras? –me senté en la butaca que había junto a la cama.
-Bueno, ahora me duele
menos la cabeza, y tengo un par de costillas magulladas, pero bien –le cogí de
la mano-. Lo siento, no controlé el coche.
Bufé por lo bajini, la
culpa de todo esto era mía.
-No es tu culpa.
Nos quedamos unos
segundos en silencio.
-Mm…, Samira. ¿Puedo
preguntarte una cosa?
-Dime –dije extrañada.
-¿Qué es lo que pasó?
-¿A qué te refieres?
Levanté la cabeza para
mirarle, pero él desvió la mirada.
-No lo recuerdo con
nitidez, pero pasó algo…, quiero decir, nos encontraron en la carretera de
entrada y no íbamos hacia allí. Nos desviaron, y tuvimos que coger el camino
que cruza el bosque, no estábamos cerca de mi casa.
Tragué saliva y noté que
me ponía nerviosa.
-Cuando chocamos contra
el árbol tú seguías consciente. Me cogiste de la mano y…, no sé, oí que decías
algo extraño… no recuerdo nada más. Pero sé que algo pasó.
Me miró fijamente,
esperando que le contara todo lo ocurrido. Desvié la mirada y me mordí el labio,
no se me ocurría qué decir en aquel momento.
-No sé…, no sucedió
nada.
-Creo que no me di un
golpe tan fuerte. Y creo que tú sí que sabes lo que pasó, pero no sé por qué
razón no me lo quieres decir, no sé por qué no confías en mí.
-Claro que confío en
ti, Eric.
-¿Y por qué no me dices
nada? Y ya no es solo esto que ha pasado si no todo lo que lleva pasando desde
hace un mes, que te comportas…, no sé, estás distinta.
-¿Qué? No, yo…
-Samira –me cortó-. Te
conozco. Y no eres tan buena mentirosa. Además, no paras de morderte el labio.
Rectifiqué el gesto y
le miré fijamente, pero sin apenas poder aguantarle la mirada la desvié.
-No sé qué será, pero
tiene que ver con que hayas cambiado. Hay veces que te noto incómoda,
últimamente estás siempre tensa y nunca me dices el por qué, piensas que con un
simple estoy bien es suficiente
–apretó ligeramente la mandíbula, y se le notaba el enfado en la voz-. Pero
creo que te conozco mejor que eso, y espero a que me lo cuentes, pensando que
en algún momento lo harás. Pero veo que es en vano. ¿Y todo esto tiene algo que
ver con la escuela de periodismo de la que no me cuentas nada?
No contesté, me quedé
callada sin decir nada.
-Sabes, cuando confíes
en mí hablamos –apartó su mano de la mía.
-Eric –supliqué.
-Hola –oímos al doctor
Cooper en la puerta. Ambos nos volvimos hacia él-. Siento molestar pero tenemos
que hacerte unas pruebas Eric.
-Sí, claro.
Me levanté de la butaca
y me dirigí hacia la puerta. Antes de salir nuestras miradas se cruzaron.
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