CAPÍTULO 9: Eric
-¿Hoy puedes quedar
para acabar el trabajo? –preguntó Eric mientras hacíamos unos ejercicios en
clase de física.
-Sí, claro. ¿A las
cinco en mi casa?
-De acuerdo.
-Clase –habló el
profesor Mawson-. Ya hemos acabado el tema, así que habrá examen.
Resoplé y apoyé la
cabeza contra el libro.
-¿Tan mal lo llevas?
–dijo Eric.
-Sí –musité-. No me
entra nada.
-¿Quieres que te ayude?
–volví la cabeza hacia él-. La física se me da muy bien.
-Pues si esta tarde me
pudieses echar una mano, te lo agradecería.
-Claro.
Sonreí.
Sonó el timbre. Me
levanté y me dirigí hacia la clase de castellano.
-¿Quedamos hoy también
para estudiar? –preguntó Amber cuando nos hubimos sentado.
-He quedado con Eric
para hacer el trabajo de filosofía.
Me sonrió de forma
pícara. La ignoré y saqué las cosas para atender a lo nuevo que la profesora
estaba explicando.
***
Estaba sentada en la
cama, con el ordenador frente a mí, cuando tocaron a la puerta.
Tengo que estudiar,
Eric ya está aquí –le
escribí a Amber por el ordenador-. Adiós.
-Samira –me llamó
Phoebe desde abajo-. Es para ti.
Uh! Ya me contarás! –respondió-. A
la segunda va la vencida.
Eso no es así –le recriminé.
Había quedado con él
otro día en la biblioteca, y según Amber, y todas las demás, debería haberme
lanzado. Cosa que no pensaba hacer.
Cerré el pequeño
ordenador y bajé rápidamente las escaleras. Él se encontraba en el recibidor,
con una bolsa de deporte colgada al hombro, y la sonrisa en la boca.
-Hola –saludé.
Observé como Phoebe nos
miraba a ambos por el rabillo del ojo.
-Eh, Phoebe, este es
Eric –les presenté.
-Ah, el del balonazo.
Eric se rió levemente.
-Sí.
-Ignórala –le aconsejé-.
Yo siempre lo hago.
-Era una broma –dijo-.
Encantada.
-Vamos –le indiqué
mientras me dirigía hacia el despacho.
-Me voy –oí que decía
mi hermana antes de cerrar la puerta.
Aparté las cosas que
había sobre la mesa y nos sentamos frente a ella.
-¿Te importa si
empezamos con física? –pregunté.
Negó con la cabeza.
Saqué el libro y empezó con la explicación. Me incliné sobre la mesa. Sin
embargo, aunque intentaba prestar atención a lo que decía, mi mente se centraba
en que no se notara que me ponía algo nerviosa.
-¿Lo entiendes?
–preguntó tras su explicación.
Salí de mi
ensimismamiento y observé el libro, apenas me había enterado de lo que había
dicho. Negué cohibida.
-Vale, no pasa nada –se
acercó más y pasó el brazo por el respaldo de mi silla-. Te lo vuelvo a
explicar.
Después de un rato
conseguí concentrarme en lo que decía, y me sorprendí al comprenderlo todo sin
problemas, aunque si no era así él siempre estaba dispuesto a volver a
explicarlo.
-Vale, ya está claro.
-¿Hacemos un descanso?
–propuso.
-Sí.
Cerré el libro de
golpe, estaba cansada de estudiar tanta física. Me levanté de la mesa y me
dirigí hacia la cocina.
-¿Quieres tomar algo?
-Claro.
Le indiqué que se
acercara a la nevera mientras yo sacaba un par de vasos. Los dejé sobre la
encimera, pero al volverme le di ligeramente a uno de ellos y cayó al suelo,
rompiéndose en varios trozos.
-Mierda -musité.
Me agaché para
recogerlo y me corté ligeramente en el canto de la mano con uno de los afilados
trozos de cristal. Me quejé de dolor y me dirigí a la pila para poner la mano
bajo el agua fría. Me giré para ver cómo Eric recogía cuidadosamente los restos
del vaso. Los tiró a la basura y se acercó a mí.
-¿Estás bien?
Asentí.
-¿Me puedes pasar el
papel?
Alargó la mano para
coger un trozo de papel que se encontraba sobre la encimera y en lugar de
dármelo me lo colocó suavemente sobre el corte. Hice una mueca y levanté la
mirada hacia él. Nos quedamos mirándonos en silencio. Entonces él se inclinó
sobre mi rostro, me dio un vuelco el corazón, y presionó sus labios contra los
míos. Le devolví el beso mientras notaba el corazón latiéndome con fuerza
contra el pecho. Me separé lentamente de él y sonreí ampliamente. Ese beso lo
acababa de cambiar todo. Nos seguimos mirando fijamente mientras me acariciaba
suavemente el rostro.
-¿Dónde tienes el
botiquín? –preguntó después de unos minutos.
-En el último cajón
–dije señalando la fila de cajones que se extendía junto a nosotros.
Se agachó para sacar el
botiquín, y lo dejó sobre la mesa para curarme la herida. Cuando acabó me
recosté en el sofá y encendí la televisión. Eric se acomodó junto a mí y me
cogió de la mano. Sonreí para mis adentros, al final parecía que yo también le
gustaba.
-Será mejor que nos
pongamos otra vez –dijo mientras se levantaba del sofá-. Tengo entrenamiento a
las siete.
Me tendió la mano.
Apoyé la cabeza contra el respaldo, sin ganas de ponerme de nuevo a trabajar.
-No me apetece nada
–repliqué.
Se acercó para besarme,
pasé los brazos en torno a su cuello y se incorporó para que me levantara.
-Vamos.
Hice una mueca.
-Vale.
Nos dirigimos al
despacho y nos sentamos en la mesa. Sacamos toda la información que habíamos
encontrado en la biblioteca para ordenarla y acabar el trabajo. Casi una hora
después lo terminamos.
-Me tengo que ir
–anunció mientras recogía las cosas.
Le acompañé hasta la
puerta del coche, guardó la bolsa en la parte de atrás y se volvió hacia mí.
-Nos vemos mañana –me
rodeó la cintura y me besó a modo de despedida.
-Hasta mañana.
Mientras veía cómo el
coche se alejaba Phoebe llegó a casa. Entré y cogí rápidamente el teléfono para
llamar a Amber. Subí a mi habitación y marqué su número.
-¿Sí? –contestó su
madre por la otra línea.
-Hola, Alice, ¿está
Amber?
-Sí, en seguida se pone.
-Gracias.
Esperé unos segundos
hasta que mi amiga respondió al otro lado del teléfono.
-Me imagino que me
llamas por algo interesante.
Suspiré.
-Me ha besado –anuncié
entusiasmada.
En ese instante mi
hermana entró por la puerta y se sentó en la cama, como si no estuviera
interrumpiendo nada. Me quedé mirándola unos segundos, esperando a que se
fuera.
-Si quieres el teléfono
tendrás que esperar.
-No lo quiero –contestó
simplemente, pero continuó frente a mí.
-Vale, pues estoy
hablando.
-Solo me quedo para que
no tengas que contarlo dos veces –dijo con una sonrisa.
Me reí, se me olvidaba
que Phoebe también querría enterarse de todo, cómo no.
-¡Sam! –oí a Amber
gritando para llamar mi atención-. Cuenta.
Empecé a contarles, a
ambas, lo que había pasado aquella tarde.
-Eres un poco patosa
–me dijo Phoebe cuando hube colgado-. ¿Cómo se te cae el vaso y encima te
cortas? ¿O lo tenías todo pensado? –me acusó levantando una ceja.
-Sí, claro, al
milímetro.
-Chicas -escuchamos la
voz de mi abuela desde la cocina-. La cena está lista.
-Está bien, ahora
vamos.
Bajamos las escaleras
para reunirnos con mi familia en la cocina. En cuanto acabamos de cenar, Phoebe
y yo recogimos la mesa mientras mis padres y mi abuela continuaban charlando.