HECHIZOS: Prólogo


PRÓLOGO
Salem, 1692
-¡Coged solo lo imprescindible! ¿Me habéis oído? Únicamente lo imprescindible, no tenemos más tiempo –oí que decía mi madre desde el pequeño salón.
Agarré a mi hermana por el brazo para arrastrarla detrás de mí. Sabía que esto era algo muy duro, pero debíamos escapar, la Inquisición no respetaba a nadie que pudiera estar relacionado con la brujería, y aunque Adara todavía era demasiado joven para adquirir los poderes no les detendría; ni ella ni Kiara, que tan solo tenía cinco años.
-No me creo que tengamos que dejarlo todo así sin más –se quejaba con los ojos llorosos mientras entrábamos en el pequeño salón.
Madre ya estaba preparada, con una bolsa a la espalda, y aferraba a mi hermana pequeña con fuerza de la mano.
-Adara, siento mucho todo esto, pero no podemos quedarnos aquí, ya lo sabes, hija.
-No es vuestra culpa, Madre –me acerqué a ella para darle un abrazo-. Es de esos…
Se llevó el dedo índice a la boca para hacerme callar y bajó la vista hasta Kiara que nos miraba expectantes, sin entender nada.
- Has cogido el grimorio, ¿verdad? –preguntó cogiendo a la niña.
Asentí levemente con la cabeza.
-Está bien –soltó un gran suspiro y rodeó la estancia con la mirada por última vez-. Vámonos, entonces.
Salimos por la puerta, dejando atrás aquella pequeña casa en la que había vivido los últimos diecisiete años. Noté como las lágrimas escapaban de mis ojos y se derramaban por mis mejillas. Era totalmente injusto tener que escapar de nuestros hogares y dejarlo todo únicamente porque un grupo de personas había especulado que no éramos humanos, que veníamos de alguna fuerza malvada como el demonio; que hacíamos daño a la gente. Pero eso no eran más que mentiras.
Corrimos por el bosque que se extendía alrededor de la casa, en dirección al río. No teníamos un carruaje que nos pudiera dejar en la otra orilla, pero no se encontraba excesivamente lejos. Mientras caminábamos un grito desgarrador resonó en el sosiego de la arboleda. Me giré, completamente alerta, esperando tal vez ver a alguien que nos persiguiera; pero únicamente se distinguía, entre la oscuridad del bosque, el fuego de la hoguera que se había creado en la plaza. Ya había empezado la matanza.
Intenté seguir andando, pero tenía un nudo en el estómago que me lo impedía. Tragué saliva.
-Vamos, la costa no está muy lejos de aquí; podremos huir.
-¡Eh! ¡Me ha parecido oír algo por ahí! –oímos una voz muy cerca de nosotras. Demasiado.
-¡Corre! –murmuró Madre.
Cogió a Kiara en brazos y nos sumergimos en pleno bosque, intentando huir. Miré un segundo atrás y conseguí atisbar en la penumbra cómo tres hombres se dirigían hacia nosotras con paso rápido. Conseguimos confundirles en la inmensidad del bosque, y nos detuvimos un segundo a recuperar el aliento cuando los perdimos de vista bajando la colina.
-Escondeos… junto a ese arbusto –ordenó mi madre entrecortadamente mientras me daba a mi hermana pequeña para que la cogiera en brazos.
-No Madre, tú te escondes con…
-Escucha, Aimara, si pasara algo…
-¡No pasará! –le corté tajantemente.
Hizo caso omiso a mi queja y continuó.
-Si pasara algo, quiero que cuides de tus hermanas, ¿de acuerdo? Sácalas de este sitio.
-Yo también me quedo.
-No, hija, he dicho que te escondas –cuando parecía que no iba a decir nada, habló-. Cuida de tu poder, sabes que ahora estamos vivas por ti. Eres la última, recuérdalo.
Le di un fuerte abrazo, sabía que probablemente sería el último.
-Lo haré. Te quiero, Madre.
Cogí a mis hermanas y obedecí a lo que había dicho. Percibimos cómo los hombres se acercaban poco a poco. Cuando estuvieron a tan solo unos metros, Adara se agarró a mí con todas sus fuerzas y yo hice lo mismo con Kiara, para que no pudiese ver a Madre, seguramente estos eran sus últimos minutos de vida, y no iba a dejar que ella lo viera. En aquel momento escuchamos el sonido de una bala, sabía que había impactado contra ella. Detuve la cabeza de Kiara antes de que pudiera darse la vuelta y observar lo que acababa de pasar: Madre se encontraba a un par de metros más allá de nosotras, tendida en el suelo, boca abajo. Intenté contener los desgarradores sollozos que amenazaban con delatar nuestra posición, y respiré hondo.
-Saldremos de esta, ¿vale? –susurré-. Os lo prometo.
-Madre está muerta –musitó Adara en mi oído, mirando fijamente donde ella se encontraba, con los ojos a punto de desbordarse-. Está muerta.
-Adara, por favor –no quería que Kiara se enterara de esto ahora, ya sería suficientemente duro explicárselo más tarde, cuando hubiéramos salido de allí.
Nos mantuvimos cogidas unas a otras durante un buen rato, incluso después de que aquellos hombres se llevaran el cuerpo sin vida de Madre. Entonces noté algo frío contra mi nuca, no quise girarme, sabía lo que me esperaba. Intenté pensar alguna forma de salir de aquella. Adara hizo amago de girarse, pero la retuve por el brazo para que permaneciera de espaldas a ellos.
-No os mováis –ordenó una voz grave e imponente.
Otro hombre se acercó para coger la bolsa que teníamos al lado. Ya estábamos perdidas, en cuanto vieran el grimorio ya sabrían lo que éramos. Por otra parte estaba en mí que el resto de las brujas siguieran con vida, que mis hermanas siguieran con vida.
-Levantaos, demonios.
Hicimos caso a lo que ordenó.
-Subidlas al carro.
-Por favor –rogué-. Ellas no…
-¡Cállate! –ordenó el hombre que había revisado mi bolsa.
Anduvimos un par de metros, sin levantar la mirada del suelo, hasta llegar a un viejo carro, que se encontraba a las afueras del bosque. Este estaba vacío lo que quería decir que las personas que antes lo había ocupado ya habían sido enviadas a la hoguera. Yo seguía estrechando a mis hermanas.
Escasos minutos después llegamos al centro del pueblo. En medio de la pequeña plaza, rodeada por numerosas personas que observaban expectantes la escena, había montones de paja y ramas acumuladas alrededor de una gran tarima en la cual se podían observar grandes pilares en los que ataban a la gente. Me dio un vuelco el corazón. No me lo podía creer, estaba a punto de morir. Y mis hermanas también.
Un hombre nos empujó bruscamente hacia la tarima. Cogió a Adara y la levantó del suelo al ver que oponía resistencia.
-¡No, por favor! –grité.
Otro hombre se encargó de mí y mientras nos arrastraba hacia la todavía inofensiva hoguera me arrancó a Kiara de los brazos.
-¡No! ¡Es solo una niña, ella no tiene la culpa de nada!
-¡Cierra la boca! –me amenazó. Y continuó conduciéndonos hacia la plataforma.
-¡No, por favor! ¡A ella no, solo tiene cinco años!
-Aparta a la niña –ordenó una voz desde detrás.
El hombre obedeció sin decir nada y la apartó hasta el grupo de gente que nos miraba horrorizados.
-¡Aimara! ¡Adara! –oí cómo gritaba suplicante.
Cerré los ojos un segundo mientras me llevaban rudamente; al menos a ella la había salvado. Me ataron junto a mi hermana, de espaldas al pilar, con las manos unidas por una áspera cuerda.
-Lo siento, Adara –susurré-. Lo siento, de verdad. No lo he conseguido…
-Pero has conseguido salvar a Kiara, al menos ella está viva.
Noté que me cogía de la mano, oí cómo sollozaba, y me uní a ella.
-Te quiero, Adara.
Suspiró.
-Te quiero, Aimara.
En ese momento la hoguera empezó a prender. Noté poco a poco un horrible calor. Intenté no concentrarme en el fervor abrasador que me inundaba por completo y retiré los gritos de la gente de mi cabeza; la mayoría aseguraban ser inocentes; otras admitían lo que eran y morían con dignidad.
Eliminé cualquier distracción, y me concentré en lo que debía hacer. Salvar al resto de brujas estaba en mis manos.
-Spirtus potstatem malifequerum quinque eripe transnortate genus.
<<Espíritu del poder de las Cinco Brujas, transpórtate para salvar nuestra estirpe.>>