CAPÍTULO 3:
Encajar en el instituto
-¡Samira! Vas a llegar tarde a clase.
Me desperté al oír entrar a mi madre de golpe en la habitación.
-¿Qué pasa? –pregunté sobresaltada.
-Son las ocho menos diez, el instituto empieza en veinte minutos. ¿Es que
no te has puesto el despertador?
Volví la cabeza hacia la mesita de noche, el reloj estaba ahí, pero no
conectado. Resoplé y me levanté de golpe. Me dirigí a la ducha y salí
rápidamente para vestirme. Me puse una camiseta negra con unas letras
estampadas que me encantaba y me enfundé los primeros vaqueros que vi. Me miré
al espejo un segundo antes de bajar, se me notaban algo de ojeras bajo mis ojos
verdes, que resaltaban con mi tono de piel bronceado; estaba decente. Me recogí
el pelo moreno en un moño alto y bajé a toda velocidad las escaleras. Engullí
un panecillo que mi abuela había preparado junto a un vaso de zumo.
-¿Llegas tarde el primer día? –inquirió Phoebe.
-¿Te vas ya? –dije ignorando su pregunta.
-Sí, te espero en el coche.
Cogí mi mochila y mi chaqueta, y salí detrás de mi hermana.
-¿Sabes dónde está el instituto? –pregunté mientras nos subíamos al
coche.
-Sí.
Como siempre, en cuando arrancó encendió la radio,
era algo sin lo que podía vivir. Pocos minutos después llegamos al aparcamiento.
-Gracias –dije mientras salía velozmente.
-Buena suerte –oí que gritaba detrás de mí mientras corría.
El instituto de Bridgeport estaba formado por varios edificios, lo que no
agradecí precisamente, ya que eso haría más difícil encontrar las clases. Fui
directa al edificio uno, donde supuse que se encontraría la secretaría. Aunque
el aparcamiento estaba desierto por completo dentro había varias personas yendo
de un lado a otro. Encontré lo que buscaba a pocos metros de la puerta. Entré y
me acerqué al mostrador que dividía la habitación en dos. Rodeé la estancia con
la mirada: era una salita de espera con sillas plegables acolchadas. Junto a la
encimera había una pequeña cesta con un montón de folletos desordenados y de la
pared colgaba un corcho lleno de noticias. La secretaria que se encontraba al
otro lado me atendió.
-¿Puedo ayudarte? –preguntó amablemente.
-Sí, soy Samira
Westwick. Quería pedir un horario.
-Así que eres
nueva, ¿no? –comentó mientras rebuscaba entre un montón de carpetas-. ¿Qué
curso harás?
-Último curso.
-De acuerdo.
Sacó varias
hojas de una de las carpetas y las puso sobre el mostrador.
-Aquí tienes
el horario –me informó mientras me entregaba los papeles-. Que tengas un buen
día.
-Gracias.
Miré la
asignatura que me tocaba a primera hora, física. Justo debajo de las
asignaturas te indicaba el aula donde se daba y el profesor que la impartía.
Cuando salí de la secretaría, el pasillo ya estaba vacío, lo que por una parte
agradecí dado que así podía mirar el horario sin ninguna vergüenza. Fui
observando el número de las aulas y según parecía la mía no estaba en el primer
edificio. Salí y me dirigí al segundo. Había seis edificaciones que
configuraban el centro.
Hubiera sido
más fácil que me hubieran dado un mapa del instituto, ya que entré en el
segundo edificio sin éxito. Pero encontré el aula que buscaba en el tercero. Me
paré un segundo delante de la puerta y respiré hondo. Toqué ligeramente y
entré. Cómo no, toda la clase clavó sus ojos en mí, y al ser la chica nueva los
siguieron manteniendo descaradamente cuando me acerqué al profesor. Un hombre
de unos cincuenta años, de pelo moreno y barba de varios días.
-Hola, soy
Samira Westwick.
Cogió un
listado que tenía en la mesa y subrayó mi nombre, el último de la lista.
-Pues
bienvenida, soy el profesor Mawson. Siéntese.
Rodeé el aula
con la vista, buscando el pupitre más alejado; parecía que todos ya tenían uno
asignado. Vi uno libre al final de la clase junto a la ventana y fui directa a
él.
-En seguida
estoy de vuelta –informó el profesor justo antes de dejar la clase-. No armen
mucho escándalo.
En cuanto dejó
la clase bajé la cabeza, notaba todas las miradas puestas en mí y todos los
cuchicheos que se oían también se deberían a mi presencia. Saqué mi libreta, la
puse sobre la mesa y empecé a garabatear cosas. A los pocos minutos entró
alguien por la puerta, supuse que el profesor ya había regresado. Esperé sin
levantar a la cabeza a que empezara la clase.
-Perdón, estás
en mi sitio –oí una voz masculina a mi lado.
Levanté la
cabeza ligeramente para ver a un chico de facciones marcadas que me miraba.
Tenía ojos almendrados, y su pelo rubio le caía despeinado por la frente. Iba
vestido con una camiseta blanca de manga corta, que dejaba ver unos brazos
musculados –no excesivamente– y unos pantalones largos desgastados.
-Lo siento
–dije algo vacilante-. No sabía que era tu sitio.
Rodeé de nuevo
la estancia en busca de otro, pero el único que quedaba era en la primera fila.
Le miré un segundo, y me mordí el labio, algo que delataba que estaba nerviosa,
no me gustaba nada la primera fila, tener que notar todos los ojos puestos en
mí. Bajé la cabeza y recogí mis cosas.
-Espera –me
paró poniendo una mano sobre mi hombro-. No pasa nada, me pondré en primera
fila, no me importa.
Sonreí levemente.
-Gracias.
Se encogió de
hombros dedicándome una pequeña sonrisa y se dirigió al pupitre vacío. En ese
momento entró el profesor.
-Bien, les voy
a repartir algunas fotocopias para que sigamos con lo que dimos la semana
pasada. Ah, y señorito Watson, no crea que no me he dado cuenta de que llega tarde.
Me imaginé que
se refería al chico que acababa de sentarse delante de su mesa, el cual levantó
la cabeza, dándose por aludido.
-No volverá a
pasar.
El profesor
soltó una risotada.
-Llevo ya
muchos años dándole clase como para creerme que no volverá a pasar.
-¿Y si le digo
que lo siento?
-Eso es más
creíble.
Fue pasando
por las mesas dejando dos fotocopias para cada uno y empezó a explicar el
temario.
En cuanto el
timbre sonó todos recogieron sus cosas rápidamente. Saqué un instante el
horario de la mochila para mirar la siguiente clase y lo guardé en seguida.
Recorrí de nuevo el edificio, en busca de la clase de historia, al ver que no
se encontraba en él salí hacia el parking.
Me detuve y saqué el horario otra vez para asegurarme que la clase que buscaba
era la correcta.
-El edificio cinco
–habló una voz justo a mi espalda.
Me giré sobresaltada
al oírle tan cerca de mí. Era el mismo chico rubio de la clase de física. Me
quedé mirándole arrugando la frente.
-Historia está
en el quinto edificio –explicó-. Te vas en dirección contraria.
-Gracias –dije
vacilante.
-No te guíes
por el horario, hasta que no te aprendas esto irás perdida –señaló al papel que
tenía entre las manos-. Eso no te va servir de mucho.
-Genial
–repuse irónicamente mientras lo metía de nuevo en la mochila.
-A mí también
me toca historia –hizo una señal con la cabeza para que le acompañara.
Vacilé un
segundo y luego le seguí.
-¿Y cómo es
que te incorporas al curso un mes después de que empiece? –preguntó curioso
mientras caminábamos.
-No pudimos
mudarnos antes.
-Bueno, soy
Eric –se presentó extendiéndome la mano.
-Samira
–musité estrechándosela.
-¿Samira? Es
un nombre…
-¿Raro? –le
ayudé, todo el mundo pensaba lo mismo, pero era un nombre que a mi abuela le
encantaba.
-Iba a decir
original –repuso con una sonrisa-. ¿Y de dónde vienes?
-De Boston.
-¿Te has
mudado de Boston a aquí? –preguntó sorprendido.
-Sí, suena
raro, pero a mi padre lo cambiaron aquí y mi hermana va a la universidad de
Bridgeport.
-Este pueblo
no está tan mal.
Anduvimos hasta el aula que nos
tocaba. Algunos alumnos ya estaban dentro, sentados sobre las mesas mientras
hablaban en grupos. Repasé la estancia un segundo, las mesas estaban
distribuidas por parejas, y me dirigí hacia el final de la clase. Mientras, él
se dirigió hacia un grupo de chicos que había junto a las ventanas. Casi en el
instante que me senté la profesora apareció por la puerta. Todos se fueron
sentando en sus sitios, los miré de reojo, esperando al típico valiente que se
sentaría a hablar con la chica nueva. Entonces se acercó una chica de pelo
oscuro y ojos del mismo tono que resaltaban bajo su pálida piel. Iba vestida
con unos pantalones vaqueros y una camiseta azul con un enorme dibujo
estampado.
-Hola –me saludó con total confianza, como si me conociera.
-Hola.
-Me llamo Amber –se presentó.
-Samira.
-Mola tu
nombre.
-Gracias –dije
con una sonrisa.
La profesora
empezó a explicarnos el temario que empezaríamos a dar, aunque mi compañera no
parecía prestarle mucha atención, dado que se pasó toda la clase hablando
conmigo.
Sonó el timbre
y después de la tercera clase me dirigí con Amber a la cafetería, que se
encontraba en el último edificio.
Por una parte
agradecía que Amber fuera tan extrovertida, ya que eso significaba que no se
producía ningún silencio incomodo entre nosotras. Lo malo era que le encantaba
hablar, en tan solo dos clases ya me había contado gran parte de su vida, sin
embargo yo también me sorprendí a mí misma haciendo lo mismo. Nos servimos el
almuerzo y nos sentamos en una de las grandes mesas que ocupaban la estancia.
En ese momento desde el otro extremo del comedor vi acercarse a Eric hacia
nosotras.
-Hola –saludó
a mi compañera-. Amber, ¿tienes el trabajo que te pedí?
Asintió al
mismo tiempo que rebuscaba en su mochila. Se volvió hacia mí y sus labios se curvaron
levemente a modo de saludo.
-Aquí tienes
–le entregó varios folios dentro de una carpeta de plástico.
-Gracias, te
debo una.
-Sabes que me
debes más de una.
-Te las
devuelvo cuando quieras.
Se quedó un
segundo mirándole fijamente.
-¿Qué tal si
me haces el trabajo que ha mandado la de historia? –inquirió.
-¿El de las dos
mil palabras?
-Ese mismo
–afirmó con una amplia sonrisa.
Le sostuvo la
mirada durante unos segundos y luego aceptó.
-Está bien,
pero éste cubre el resto de trabajos que me has dejado.
-Recuerda que
tienes que entregarlo el viernes. Estamos a lunes todavía tienes tiempo.
Le mandó una
mirada furtiva y regresó de nuevo junto a sus amigos.
-No es un
trabajo muy fácil –comenté mientras seguíamos comiendo.
-Ya, pero me
debe algunas.
-¿Sois amigos
desde hace mucho?
-Sí, nuestros
padres son muy amigos, nos conocemos desde que éramos unos enanos.
Mientras
acabamos de almorzar sonó el timbre que indicaba la siguiente hora. Anduvimos
por el pasillo hacia la clase de filosofía. Por suerte Amber coincidía conmigo
en todas las clases excepto física y gimnasia, así que ya no tendría que estar
eternidades buscando en qué edificio se encontraba cada aula.
En cuanto
acabó la última clase salimos en dirección al aparcamiento.
-¿Te vas en
coche? –preguntó mi compañera mientras caminábamos por el pasillo.
-No, mi casa
no está muy lejos.
-Si quieres te
podemos llevar.
-No, no te
preocupes.
-¿Dónde está
tu casa?
Señalé la
calle que salía hacia la izquierda.
-Vaya, mi casa
es justo el camino contrario.
-¡Amber! –la
llamó Eric desde la otra parte del parking
y le hizo una señal para que se acercara.
-Nos vemos
mañana.
-Adiós –me
despedí con una sonrisa.
Amber me había
caído muy bien, me gustaba ese aire despreocupado que tenía y su sencillez. Y
aunque tan solo me conocía de un día, cogía confianza enseguida.
Subí la calle
que se dirigía hacia mi casa. Unos quince minutos después llegué.
-Hola –saludé
al entrar por la puerta.
Dejé la
mochila en el suelo y colgué la chaqueta en la barandilla de la escalera.
-Hola –oí la
voz de mi abuela en la cocina.
-¿Qué tal ha
ido el primer día? –preguntó mi madre que estaba sentada en la mesa de la
salita que se extendía justo al otro lado. Estaba toda llena de papeles sin
ordenar.
-Bien.
-¿Muy duro lo
de ser la nueva después de un mes de clase?
Suspiré.
-No mucho, la
verdad –gracias a Amber, en realidad, que había estado conmigo todo el día.
Oí entrar a mi
padre por la puerta, y cómo dejaba las llaves sobre la mesa.
-Samira, ¿la
mochila y la chaqueta las puedes dejar alguna vez en tu habitación? –salí hacia
el recibidor y me encontré con mi padre mirándome con mala cara-. Había tenido
la idea de que a lo mejor en esta casa no dejabas todo por en medio.
-Vamos, papá,
¿qué sería si dejara mis típicas costumbres a un lado? –dije al mismo tiempo
que recogía lo que me había pedido.
-Que
tendríamos una casa ordenada –contestó a mi pregunta Phoebe, que acababa de
entrar por la puerta.
Subí para
dejar mis cosas en la habitación y me senté delante de la mesa, dispuesta a
hacer los deberes que tenía. Debía cogerme a las clases.
-¿Qué tal ha
ido todo? –preguntó mi hermana al entrar por la puerta de mi cuarto. Se tumbó
en la cama.
-Bien.
-Suena
convincente.
Me giré para
mirarla.
-Me esperaba un
bien de mala gana.
Estuve
contándole lo poco interesante que había sido mi día en el instituto al mismo
tiempo que hacía los deberes, y ella me estuvo contando cómo era la
universidad, sin duda, infinitamente más interesante. Además de que Simon, su
novio, estudiaba psicología como ella.
:O Madre mía! ESCRIBES GENIAL! Me encanta tu libro, es muy intrigante, ya me ha enganchado :O Sigue escribiendo chica, y pásate por el mío :')
ResponderEliminarAyyyyyy!!!! me encantaaaaaa :DDDDDD
ResponderEliminarY fui una tonta en el primer cap te pedi el favor que revisaras mi historia (intento de ella) y se me olvido dejar el Link :P http://u-dont-care.blogspot.com/
Porfis D: Gracias :DD
¿Cuántos años tienes? ¡Porque pareces una profesional!
ResponderEliminar¿Es esta tu primera novela? :)
Amy.
http://miqueridodr.blogspot.com.es/
jajaje me alegra mucho que te guste!! :DD
EliminarY en cuanto a lo de profesional, para nada, apenas acabo de cumplir los dieciocho y creo que me queda mucho todavía por aprender, pero muchísimas gracias por pensar eso!
Y sí, es mi primera novela (o borrador) que he llegado a acabar, he empezado muchas, pero nada acabado. Ahora tengo alguna entre manos que si el bachiller no me mata espero acabarla este verano e igual la subo al blog.
Un besitoo! :D
Jajajaja
EliminarEs que lo haces muy bien. Me ha encantado (no sé cuántas veces lo habré repetido...). Yo estoy intentando escribir una novela, pero es difícil y el hecho de que lo hayas logrado me dice muchas cosas de ti, aparte de que escribes bien, porque para ser un buen escritor requiere mucha dedicación, práctica, etc...
¡Enhorabuena!
Amy.
http://miqueridodr.blogspot.com.es/