viernes, 11 de mayo de 2012

CAPÍTULO 4


CAPÍTULO 4: Folclore
Apagué de un manotazo el irritante sonido del despertador, y tras de desperezarme durante unos minutos me levanté de la cama, y me dirigí a la ducha.
-Venga, necesito ducharme –oí que Phoebe se quejaba-. Llevas ya diez minutos.
La ignoré por completo y continué bajo el agua.
-Sami, sal ya, por favor.
Odiaba que me llamara así, sonaba a nombre de perro, y ella únicamente lo utilizaba cuando quería molestar.
-Solo por llamarme así debería estarme aquí hasta… -solté un grito al notar el agua fría contra mi piel-. ¡Apaga el grifo! –me quejé.
-Sal.
Apreté los dientes y desistí. Salí de la ducha y me puse el albornoz.
-Toda tuya –musité de mala gana.
-Gracias –aceptó con una sonrisa.
Miré por la ventana antes de vestirme, y opté por ponerme unos vaqueros largos y una camiseta de manga corta. En Bridgeport, en octubre, el tiempo era bastante inestable. Un día tenías que ir con la sudadera y al otro te ponías una camiseta de manga corta. Hoy era un día de esos, en los que el sol brillaba con fuerza en el cielo completamente despejado de nubes.
Bajé a la cocina tranquilamente para desayunar.
-Buenos días –saludé al entrar.
Mis padres y mi abuela estaban sentados alrededor de la mesa, sobre la que había un bizcocho recién hecho y una jarra de zumo natural. Esa era una de las cosas buenas que tenía que mi abuela ahora viviera con nosotros, esos deliciosos desayunos que siempre preparaba. Me senté en la mesa y empecé a comer.
-¡Qué bien huele! –exclamó Phoebe al llegar a la cocina.
Me acabé el desayuno y subí a mi cuarto a prepararme la mochila.
-Te espero en el coche –dije mientras mi hermana acababa.
Esperé durante un par de minutos, luego miré el reloj, algo impaciente. Eran las ocho y cinco, y la profesora de historia no dejaba entrar a nadie que llegara más tarde de las ocho y cuarto, la profesora Wilson era la peor en cuanto a lo de la puntualidad.
Al ver que mi hermana no venía toqué el claxon varias veces. Finalmente salió corriendo mientras se ponía la chaqueta.
-¡Ya voy! Eres una impaciente –me recriminó mientras subía al coche.
-Si la de historia no me deja entrar en clase será tu culpa.
Llegamos al instituto y salí rápidamente del coche.
-Adiós –me despedí al mismo tiempo que cerraba la puerta.
Me fui directa al edificio cinco. Ya llevaba casi cuatro semanas en el instituto, y me había aprendido el horario y las aulas en las que se daba cada clase.
Entré en la clase de historia justo a tiempo de que la profesora cerrara la puerta, lo que significaba que nadie entraba. Busqué a Amber con la mirada, y la encontré en la última fila, sentada detrás de Eric.
-Hola –los saludé a ambos cuando me hube sentado.
-Hola –respondieron los dos.
-Les voy a devolver los trabajos que me dieron hace un par de semanas –indicó mientras los repartía-. No han salido tan mal como esperaba, aunque a algunos no les ha llegado a las dos mil palabras.
Se acercó a nuestra mesa y me entregó mi trabajo. Un notable alto. Luego le entregó el suyo a Amber.
-Señorita Redford, me ha sorprendido notablemente. Muy bien el trabajo.
Eric se giró para ver la nota que le había puesto y luego alzó la mano izquierda para que le chocara.
-Si no te lo llego a hacer yo te pone un suficiente.
-Un suficiente alto –le rectificó con una sonrisa.
-Ahora empezaremos algo totalmente distinto –informó la profesora Wilson mientras escribía algo en la pizarra-. ¿Qué os sugiere esta palabra?
Se apartó para que pudiésemos ver escrito con letras mayúsculas: FOLCLORE. 
Toda la clase se quedó callada, sin mirar a la profesora.
-Venga, algo les tiene que venir a la mente cuando escuchan esto, ¿no? –nos miró a todos de nuevo-. A ver, señorita Winslet –esta se sentaba en la primera fila-. ¿Qué le sugiere?
-Pues –vaciló-. Todo lo que se lleva ahora de los vampiros y las historias esas, ¿no?
-Bien, eso entra dentro del folclore. –Se volvió hacia Amber-. ¿Señorita Redford, me podría definir exactamente qué es el folclore?
-Es la historia que estudia las costumbres de un país o de un pueblo.
-Sí, eso es. El folclore es el conjunto de las tradiciones, costumbres, canciones, etc., de un pueblo, país o región. También se estudia mucho dentro del folclore las supersticiones. ¿Cómo cuales, señorito Harrison?
-Como que existen seres fantásticos.
-¿Un ejemplo?
-¿Los vampiros y los hombres lobo?
-Sí, por ejemplo. ¿Otra superstición que sea conocida?
Amber levantó la mano y la profesora le hizo una señal con la cabeza para que contestara.
-Las brujas.
-Muy bien. Las brujas, ¿qué se sabe sobre ellas? ¿Alguien sabe dónde se supone que empezó toda esa historia? –preguntó a toda la clase.
Recordé las historias que mi madre me relataba cuando era más pequeña, o las que Phoebe, para darme miedo, solía contarme.
-En Salem –contesté.
-Exacto, en Salem, en 1692. ¿Y qué era lo que pasó?
-Pensaban que eran demonios o algo así.
-Especulaban que eran parte del demonio, que podían poseer a la gente –afirmó.
-Y por eso las mataron –se unió Alison desde la primera fila. Era una chica alta, de pelo rubio muy largo y ojos azules que resaltaban bajo su morena piel.
-¿Cómo?
Se quedó callada y se encogió de hombros.
-Las tiraban a la hoguera, decían que esa era la única forma de que pudieran acabar con ellas –respondí yo-. O rara vez las ahorcaban.
-¿Y qué pensáis vosotros? ¿Creéis que eran brujas de verdad, que todo eso de la magia existía?
-Yo creo que no –contesté-. Creo que únicamente las quemaban porque no pensaban como ellos querían y podía suponer un problema si se revelaban contra el rey.
-Sí, cierto –afirmó al tiempo que asentía-. ¿Alguien piensa otra cosa?
-Yo creo que sí que podían existir –habló Amber-. No creo que existan ni vampiros ni hombres lobo ni cosas de esas, pero brujas, ¿por qué no?
-Hombre, es algo surrealista –comentó Eric.
Sonó el timbre que indicaba el final de la clase y todos recogimos nuestras cosas.
-A sido una buena clase hoy –dijo la profesora antes de que saliéramos-. Seguiremos con el debate el próximo día.
-Nos vemos luego –se despidió Amber antes de desviarse por el pasillo hacia la clase que le tocaba.
Yo me encaminé junto a Alison a la clase de gimnasia. Entramos en el pabellón y nos dirigimos hacia los vestuarios para cambiarnos. Una vez listas nos sentamos en las gradas a esperar que la profesora acabara de hablar con un par de alumnos de la clase anterior. Luego se volvió hacia nosotros.
-Hoy separaremos la clase en dos –empezó a explicar la profesora Hoffman-. Los chicos iréis por un lado y las chicas por otro. Os dejaré unos minutos para que calentéis y practiquéis un poco; luego empezaré a elegir a los que formarán parte del equipo del instituto, ¿de acuerdo? Aquí tenéis una hoja para apuntaros en la disciplina que prefiráis.
Puso una hoja con un bolígrafo sobre la pequeña mesa que había a un lado del gimnasio, y la gente fue acercándose a inscribirse en lo que quería. La mayoría de ellas se apuntaban a la sección de animadoras, no era lo que más me gustaba, así que me decanté por apuntarme al equipo de voleibol junto a Alison, Courtney, Janice y Natasha.
-¿Voleibol? –dijo Eric en mi espalda.
Me giré de golpe, siempre me solía hacer lo mismo, y siempre tenía la misma reacción. La verdad es que solía ponerme un poco nerviosa cuando estaba delante.
-¿Siempre tienes que darme sustos? –le recriminé-. ¿No puedes acercarte por delante?
-Sí, podría hacerlo –contestó con una sonrisa.
-¿Y tú qué has elegido?
-Baloncesto, aunque hicieron unas pruebas la semana pasada y ya estoy en el equipo.
-Chicos –llamó nuestra atención la profesora-. Aquí tenéis el material que necesitáis. Vuelvo enseguida.
Cogimos las pelotas de voleibol y empezamos a practicar. Este deporte era algo que se me daba bien. Además, en Boston estaba en el equipo del instituto, y me encantaba.
Entretanto, oí que alguien gritaba mi nombre, me giré repentinamente y sin poder reaccionar una de las pelotas de baloncesto me dio de lleno en el rostro, perdí el equilibrio y caí al suelo, chocando bruscamente la cabeza contra el suelo.
Abrí los ojos lentamente y vi a toda la clase inclinada sobre mí, con rostros algunos de preocupación, otros de expectación.
-Lo siento –se disculpó Eric, parecía que había sido el culpable del lanzamiento-. ¿Estás bien?
-Sí –dije mientras intentaba incorporarme, pero caí de nuevo al suelo, aturdida-. O a lo mejor no mucho.
-¿Qué ha pasado? –oí la voz de la profesora Hoffman, que se hacía paso entre los alumnos para acercarse.
-Ha sido un accidente –explicó Eric-. Era solo un pase, pero a Matthew no le ha dado tiempo a cogerlo. Y le ha dado a Samira.
Oí un par de risitas por la parte trasera del círculo que me rodeaba.
-No me puedo ir ni cinco minutos. ¿Puedes levantarte? –preguntó mientras me cogía por el brazo.
Me apoyé en ella y me incorporé lentamente. Todo me empezó a dar vueltas.
-¿Te mareas?
-Sí –afirmé en un susurro.
-De acuerdo, habrá que llevarte a la enfermería.
-Yo puedo acompañarla –se ofreció Eric.
-Vale, me vendría bien que lo hicieras, así mientras puedo ir haciendo la selección para los equipos. Si necesitáis algo vienes y me llamas.
Eric me agarró de la cintura y pasó mi brazo por sus hombros; él tuvo que inclinarse un poco y yo me incorporé para ponerme ligeramente de puntillas.
-Vamos.
Me guió por el aparcamiento hacia el primer edificio. El sol brillaba con fuerza en el cielo con lo que hacía calor y no me beneficiaba mucho. Mientras entrábamos en el edificio noté otra oleada de calor que hizo que se me nublara la vista y oí un pequeño pitido, lo que significaba que me desmayaría en cuestión de segundos. Me paré un instante para respirar hondo.
-¿Estás bien?
Negué con la cabeza.
-Me estoy mareando mucho.
-La enfermería está justo allí.
Las piernas me cedieron un segundo, pero me incorporé rápidamente. Sin embargo, él se percató de ello y pasó el brazo por el pliegue de mis rodillas para cogerme en brazos.
-¿Qué haces? –dije con nerviosismo. Su rostro apenas estaba a unos centímetros del mío.
-Si vas andando te desmayarás –explicó con total normalidad.
Noté cómo el corazón se me aceleraba e intenté tranquilizarme un poco. En seguida llegamos a la enfermería y me tumbó sobre la camilla.
-¿Qué es lo que ha pasado? –preguntó la enfermera.
Una mujer de pelo rubio; alta y algo gruesa, bastante imponente, pero hablaba con voz amable. 
   Eric explicó lo ocurrido y ella me mandó que colocara las piernas contra la pared, creando un ángulo de noventa grados con mi espalda.
-Aquí tienes algo frío para el golpe –le dio a Eric un pequeño paño que envolvía la bolsa de hielo.
Me apartó suavemente el pelo de la frente y me colocó con cuidado el trapo. Hice una mueca de dolor por el frío contacto contra el chichón.
-Lo siento –repitió.
Suspiré.
-No pasa nada.
Después de unos minutos me levanté lentamente.
-Ya me encuentro mejor. –Informé mientras me ponía en pie.
-Será mejor que vayas a la cafetería a tomar algo, te sentará bien.
-De acuerdo. Gracias.
Salimos por el pasillo y nos encaminamos hacia la cafetería. Todo el mundo se encontraba en clase, con lo que la estancia estaba desierta. Me senté en una mesa y Eric se ofreció para comprarme algo dulce que comer.
-Aquí tienes –dijo dejando un pequeño bollo sobre la mesa.
-Gracias –agradecí vacilante.
Mientras hablábamos, él se dedicó a mirar cómo comía.
-¿Quieres un poco? –le ofrecí, me sentía algo avariciosa comiendo yo sola.
Negó con la cabeza.
En cuanto acabé de comerme el último trozo nos dirigimos de nuevo al gimnasio. Cuando entramos, la gente ya estaba recogiendo el material para ir a cambiarse.
-Bueno, gracias –me despedí antes de dirigirme hacia el vestuario de chicas.
Me devolvió una sonrisa.
-Samira –oí que Alison me llamaba cuando crucé la puerta. Se acercó a mí-. ¿Cómo estás?
-Bien, me han puesto hielo y he ido a comer algo para recuperarme.
-Madre mía, es que te han dado fuerte –me apartó el pelo de la cara y observó el chichón que se había formado-. ¿Te duele mucho?
-No, solo un poco.
Fui a mi taquilla y me cambié de ropa. Una vez listas nos marchamos hacia la clase de física, en la que tampoco coincidía con Amber. Entramos en el aula y esperamos a que el profesor Mawson empezara la clase.
En cuanto sonó el timbre todos salimos de clase precipitadamente. Nos fuimos a la cafetería, allí nos encontramos con Amber y Natasha, que ya estaban sentadas en una de las mesas del centro. Natasha era una chica muy alta y delgada. Tenía una tez completamente lisa y bronceada, casi parecía una modelo. Alzó la mirada para saludarnos con una de sus alegres sonrisas. Mientras el resto iba a por el almuerzo yo fui a sentarme junto a ellas, dado que con el bollo que había comido antes no tenía apetito.
-Hola –saludé.
-Hola –Amber me miró un segundo y luego volvió la cabeza hacia Alison y Janice, que ya venían hacia nosotras-. ¿No comes?
-Hola –me interrumpió Janice antes de que pudiera contestar, dejando la bandeja sobre la mesa. Ella era una chica algo más bajita que Alison, y más delgada, lo que le hacía parecer más pequeña. Tenía el pelo moreno y los ojos marrones claros-. ¿No vas a comer nada?
-No tengo hambre, he venido antes a la cafetería a comer algo.
Amber me miró frunciendo el ceño.
-Es que me han dado un balonazo en gimnasia y me he mareado.
Soltó una pequeña risa.
-La verdad es que ahora que lo dices tienes un enorme chichón en la frente.
-Ya lo sé.
-Además, de la inercia se ha caído al suelo –especificó Natasha.
Esta vez Amber soltó una carcajada.
-Pero estás bien, ¿no?
Le mandé una mirada recelosa a Natasha.
-Sí, estoy bien. Eric me ha llevado a la enfermería y me han puesto algo de hielo.

Entré en casa, dejé las cosas en el suelo y me fui directa a la cocina. Rebusqué por todas partes el sitio en el que mi madre habría guardado los medicamentos, dado que me dolía mucho la cabeza.
-¿Qué buscas? –preguntó mi abuela, que acababa de entrar.
-Los medicamentos.
Dejó las bolsas de la compra sobre la encimera y se dirigió a la fila de cajones que había junto al fregadero, abrió el último.
-¿Para qué los quieres? ¿Te encuentras mal?
Resoplé.
-Me han dado con una pelota de baloncesto, y ahora me duele bastante –expliqué mientras sacaba algo de hielo.
-¿Con una pelota de baloncesto?
-Hola –oí la voz alegre de mi hermana entrar por la puerta.
Se acercó a la cocina y dejó otro par de bolsas junto a las otras. Me miró un segundo y noté como sus labios se curvaban intentando no dejar escapar una risa.
-¿Qué te ha pasado?
Me tomé las pastillas y me puse algo de hielo para bajar la hinchazón mientras le echaba una mirada de odio, sabía que por dentro ya se estaba carcajeando.
-Me han dado con una pelota de baloncesto –expliqué.
Soltó la carcajada.
-¿Pero estás bien? –mi abuela se acercó para examinarme la contusión. 
-Sí, estoy bien. Solo quiero tumbarme.
Me dirigí al comedor y me acosté en el sofá.
Después de descansar un rato y de que las pastillas hicieran su efecto, subí a mi habitación para hacer los deberes pendientes que tenía.

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