CAPÍTULO 4: Folclore
Apagué de un
manotazo el irritante sonido del despertador, y tras de desperezarme durante
unos minutos me levanté de la cama, y me dirigí a la ducha.
-Venga,
necesito ducharme –oí que Phoebe se quejaba-. Llevas ya diez minutos.
La ignoré por
completo y continué bajo el agua.
-Sami, sal ya,
por favor.
Odiaba que me
llamara así, sonaba a nombre de perro, y ella únicamente lo utilizaba cuando
quería molestar.
-Solo por
llamarme así debería estarme aquí hasta… -solté un grito al notar el agua fría
contra mi piel-. ¡Apaga el grifo! –me quejé.
-Sal.
Apreté los
dientes y desistí. Salí de la ducha y me puse el albornoz.
-Toda tuya
–musité de mala gana.
-Gracias
–aceptó con una sonrisa.
Miré por la
ventana antes de vestirme, y opté por ponerme unos vaqueros largos y una
camiseta de manga corta. En Bridgeport, en octubre, el tiempo era bastante
inestable. Un día tenías que ir con la sudadera y al otro te ponías una
camiseta de manga corta. Hoy era un día de esos, en los que el sol brillaba con
fuerza en el cielo completamente despejado de nubes.
Bajé a la
cocina tranquilamente para desayunar.
-Buenos días
–saludé al entrar.
Mis padres y
mi abuela estaban sentados alrededor de la mesa, sobre la que había un bizcocho
recién hecho y una jarra de zumo natural. Esa era una de las cosas buenas que
tenía que mi abuela ahora viviera con nosotros, esos deliciosos desayunos que
siempre preparaba. Me senté en la mesa y empecé a comer.
-¡Qué bien
huele! –exclamó Phoebe al llegar a la cocina.
Me acabé el
desayuno y subí a mi cuarto a prepararme la mochila.
-Te espero en
el coche –dije mientras mi hermana acababa.
Esperé durante
un par de minutos, luego miré el reloj, algo impaciente. Eran las ocho y cinco,
y la profesora de historia no dejaba entrar a nadie que llegara más tarde de
las ocho y cuarto, la profesora Wilson era la peor en cuanto a lo de la
puntualidad.
Al ver que mi
hermana no venía toqué el claxon varias veces. Finalmente salió corriendo
mientras se ponía la chaqueta.
-¡Ya voy! Eres
una impaciente –me recriminó mientras subía al coche.
-Si la de
historia no me deja entrar en clase será tu culpa.
Llegamos al
instituto y salí rápidamente del coche.
-Adiós –me
despedí al mismo tiempo que cerraba la puerta.
Me fui directa
al edificio cinco. Ya llevaba casi cuatro semanas en el instituto, y me había
aprendido el horario y las aulas en las que se daba cada clase.
Entré en la
clase de historia justo a tiempo de que la profesora cerrara la puerta, lo que
significaba que nadie entraba. Busqué a Amber con la mirada, y la encontré en
la última fila, sentada detrás de Eric.
-Hola –los saludé
a ambos cuando me hube sentado.
-Hola
–respondieron los dos.
-Les voy a
devolver los trabajos que me dieron hace un par de semanas –indicó mientras los
repartía-. No han salido tan mal como esperaba, aunque a algunos no les ha
llegado a las dos mil palabras.
Se acercó a
nuestra mesa y me entregó mi trabajo. Un notable alto. Luego le entregó el suyo
a Amber.
-Señorita
Redford, me ha sorprendido notablemente. Muy bien el trabajo.
Eric se giró
para ver la nota que le había puesto y luego alzó la mano izquierda para que le
chocara.
-Si no te lo
llego a hacer yo te pone un suficiente.
-Un suficiente
alto –le rectificó con una sonrisa.
-Ahora
empezaremos algo totalmente distinto –informó la profesora Wilson mientras
escribía algo en la pizarra-. ¿Qué os sugiere esta palabra?
Se apartó para
que pudiésemos ver escrito con letras mayúsculas: FOLCLORE.
Toda la clase
se quedó callada, sin mirar a la profesora.
-Venga, algo les
tiene que venir a la mente cuando escuchan esto, ¿no? –nos miró a todos de
nuevo-. A ver, señorita Winslet –esta
se sentaba en la primera fila-. ¿Qué le sugiere?
-Pues –vaciló-.
Todo lo que se lleva ahora de los vampiros y las historias esas, ¿no?
-Bien, eso
entra dentro del folclore. –Se volvió hacia Amber-. ¿Señorita Redford, me podría definir exactamente qué es el
folclore?
-Es la
historia que estudia las costumbres de un país o de un pueblo.
-Sí, eso es.
El folclore es el conjunto
de las tradiciones, costumbres, canciones, etc., de un pueblo, país o región.
También se estudia mucho dentro del folclore las supersticiones. ¿Cómo cuales, señorito Harrison?
-Como que
existen seres fantásticos.
-¿Un ejemplo?
-¿Los
vampiros y los hombres lobo?
-Sí, por
ejemplo. ¿Otra superstición que sea conocida?
Amber levantó
la mano y la profesora le hizo una señal con la cabeza para que contestara.
-Las brujas.
-Muy bien. Las
brujas, ¿qué se sabe sobre ellas? ¿Alguien sabe dónde se supone que empezó toda
esa historia? –preguntó a toda la clase.
Recordé las
historias que mi madre me relataba cuando era más pequeña, o las que Phoebe,
para darme miedo, solía contarme.
-En Salem
–contesté.
-Exacto, en
Salem, en 1692. ¿Y qué
era lo que pasó?
-Pensaban que
eran demonios o algo así.
-Especulaban
que eran parte del demonio, que podían poseer a la gente –afirmó.
-Y por eso las
mataron –se unió Alison desde la primera fila. Era una chica
alta, de pelo rubio muy largo y ojos azules que resaltaban bajo su morena piel.
-¿Cómo?
Se quedó
callada y se encogió de hombros.
-Las tiraban a
la hoguera, decían que esa era la única forma de que pudieran acabar con ellas
–respondí yo-. O rara vez las ahorcaban.
-¿Y qué
pensáis vosotros? ¿Creéis que eran brujas de verdad, que todo eso de la magia
existía?
-Yo creo que
no –contesté-. Creo que únicamente las quemaban porque no pensaban como ellos
querían y podía suponer un problema si se revelaban contra el rey.
-Sí, cierto
–afirmó al tiempo que asentía-. ¿Alguien piensa otra cosa?
-Yo creo que
sí que podían existir –habló Amber-. No creo que existan ni vampiros ni hombres
lobo ni cosas de esas, pero brujas, ¿por qué no?
-Hombre, es
algo surrealista –comentó Eric.
Sonó el timbre que indicaba el final de
la clase y todos recogimos nuestras cosas.
-A sido una buena clase hoy –dijo la
profesora antes de que saliéramos-. Seguiremos con el debate el próximo día.
-Nos vemos
luego –se despidió Amber antes de desviarse por el pasillo hacia la clase que
le tocaba.
Yo me
encaminé junto a Alison a la clase de gimnasia. Entramos en el pabellón y nos
dirigimos hacia los vestuarios para cambiarnos. Una vez listas nos sentamos en
las gradas a esperar que la profesora acabara de hablar con un par de alumnos
de la clase anterior. Luego se volvió hacia nosotros.
-Hoy
separaremos la clase en dos –empezó a explicar la profesora Hoffman-. Los
chicos iréis por un lado y las chicas por otro. Os dejaré unos minutos para que
calentéis y practiquéis un poco; luego empezaré a elegir a los que formarán
parte del equipo del instituto, ¿de acuerdo? Aquí tenéis una hoja para
apuntaros en la disciplina que prefiráis.
Puso una hoja
con un bolígrafo sobre la pequeña mesa que había a un lado del gimnasio, y la
gente fue acercándose a inscribirse en lo que quería. La mayoría de ellas se
apuntaban a la sección de animadoras, no era lo que más me gustaba, así que me
decanté por apuntarme al equipo de voleibol junto a Alison, Courtney, Janice y Natasha.
-¿Voleibol?
–dijo Eric en mi espalda.
Me giré de
golpe, siempre me solía hacer lo mismo, y siempre tenía la misma reacción. La
verdad es que solía ponerme un poco nerviosa cuando estaba delante.
-¿Siempre
tienes que darme sustos? –le recriminé-. ¿No puedes acercarte por delante?
-Sí, podría
hacerlo –contestó con una sonrisa.
-¿Y tú qué
has elegido?
-Baloncesto,
aunque hicieron unas pruebas la semana pasada y ya estoy en el equipo.
-Chicos
–llamó nuestra atención la profesora-. Aquí tenéis el material que necesitáis.
Vuelvo enseguida.
Cogimos las
pelotas de voleibol y empezamos a practicar. Este deporte era algo que se me
daba bien. Además, en Boston estaba en el equipo del instituto, y me encantaba.
Entretanto,
oí que alguien gritaba mi nombre, me giré repentinamente y sin poder reaccionar
una de las pelotas de baloncesto me dio de lleno en el rostro, perdí el
equilibrio y caí al suelo, chocando bruscamente la cabeza contra el suelo.
Abrí los ojos
lentamente y vi a toda la clase inclinada sobre mí, con rostros algunos de
preocupación, otros de expectación.
-Lo siento
–se disculpó Eric, parecía que había sido el culpable del lanzamiento-. ¿Estás
bien?
-Sí –dije
mientras intentaba incorporarme, pero caí de nuevo al suelo, aturdida-. O a lo
mejor no mucho.
-¿Qué ha
pasado? –oí la voz de la profesora Hoffman, que se hacía paso entre los alumnos
para acercarse.
-Ha sido un
accidente –explicó Eric-. Era solo un pase, pero a Matthew no le ha dado tiempo
a cogerlo. Y le ha dado a Samira.
Oí un par de
risitas por la parte trasera del círculo que me rodeaba.
-No me puedo
ir ni cinco minutos. ¿Puedes levantarte? –preguntó mientras me cogía por el
brazo.
Me apoyé en
ella y me incorporé lentamente. Todo me empezó a dar vueltas.
-¿Te mareas?
-Sí –afirmé
en un susurro.
-De acuerdo,
habrá que llevarte a la enfermería.
-Yo puedo
acompañarla –se ofreció Eric.
-Vale, me
vendría bien que lo hicieras, así mientras puedo ir haciendo la selección para
los equipos. Si necesitáis algo vienes y me llamas.
Eric me
agarró de la cintura y pasó mi brazo por sus hombros; él tuvo que inclinarse un
poco y yo me incorporé para ponerme ligeramente de puntillas.
-Vamos.
Me guió por
el aparcamiento hacia el primer edificio. El sol brillaba con fuerza en el
cielo con lo que hacía calor y no me beneficiaba mucho. Mientras entrábamos en
el edificio noté otra oleada de calor que hizo que se me nublara la vista y oí
un pequeño pitido, lo que significaba que me desmayaría en cuestión de
segundos. Me paré un instante para respirar hondo.
-¿Estás bien?
Negué con la
cabeza.
-Me estoy
mareando mucho.
-La
enfermería está justo allí.
Las piernas
me cedieron un segundo, pero me incorporé rápidamente. Sin embargo, él se percató
de ello y pasó el brazo por el pliegue de mis rodillas para cogerme en brazos.
-¿Qué haces?
–dije con nerviosismo. Su rostro apenas estaba a unos centímetros del mío.
-Si vas
andando te desmayarás –explicó con total normalidad.
Noté cómo el
corazón se me aceleraba e intenté tranquilizarme un poco. En seguida llegamos a
la enfermería y me tumbó sobre la camilla.
-¿Qué es lo
que ha pasado? –preguntó la enfermera.
Una mujer de
pelo rubio; alta y algo gruesa, bastante imponente, pero hablaba con voz
amable.
Eric explicó lo ocurrido y ella me mandó que
colocara las piernas contra la pared, creando un ángulo de noventa grados con
mi espalda.
-Aquí tienes
algo frío para el golpe –le dio a Eric un pequeño paño que envolvía la bolsa de
hielo.
Me apartó
suavemente el pelo de la frente y me colocó con cuidado el trapo. Hice una
mueca de dolor por el frío contacto contra el chichón.
-Lo siento
–repitió.
Suspiré.
-No pasa
nada.
Después de
unos minutos me levanté lentamente.
-Ya me
encuentro mejor. –Informé mientras me ponía en pie.
-Será mejor
que vayas a la cafetería a tomar algo, te sentará bien.
-De acuerdo.
Gracias.
Salimos por
el pasillo y nos encaminamos hacia la cafetería. Todo el mundo se encontraba en
clase, con lo que la estancia estaba desierta. Me senté en una mesa y Eric se
ofreció para comprarme algo dulce que comer.
-Aquí tienes
–dijo dejando un pequeño bollo sobre la mesa.
-Gracias
–agradecí vacilante.
Mientras
hablábamos, él se dedicó a mirar cómo comía.
-¿Quieres un
poco? –le ofrecí, me sentía algo avariciosa comiendo yo sola.
Negó con la
cabeza.
En cuanto
acabé de comerme el último trozo nos dirigimos de nuevo al gimnasio. Cuando
entramos, la gente ya estaba recogiendo el material para ir a cambiarse.
-Bueno,
gracias –me despedí antes de dirigirme hacia el vestuario de chicas.
Me devolvió
una sonrisa.
-Samira –oí
que Alison me llamaba cuando crucé la puerta. Se acercó a mí-. ¿Cómo estás?
-Bien, me han
puesto hielo y he ido a comer algo para recuperarme.
-Madre mía,
es que te han dado fuerte –me apartó el pelo de la cara y observó el chichón
que se había formado-. ¿Te duele mucho?
-No, solo un poco.
Fui a mi taquilla y me cambié de ropa. Una vez listas nos marchamos
hacia la clase de física, en la que tampoco coincidía con Amber. Entramos en el
aula y esperamos a que el profesor Mawson empezara la clase.
En cuanto sonó el timbre todos
salimos de clase precipitadamente. Nos fuimos a la cafetería, allí nos
encontramos con Amber y Natasha, que ya estaban sentadas en una de las mesas
del centro. Natasha era una chica muy alta y delgada. Tenía una
tez completamente lisa y bronceada, casi parecía una modelo. Alzó la mirada
para saludarnos con una de sus alegres sonrisas. Mientras el resto iba a por el
almuerzo yo fui a sentarme junto a ellas, dado que con el bollo que había
comido antes no tenía apetito.
-Hola –saludé.
-Hola –Amber me miró un segundo y luego volvió la
cabeza hacia Alison y Janice,
que ya venían hacia nosotras-. ¿No comes?
-Hola –me
interrumpió Janice antes de que pudiera contestar, dejando la bandeja sobre la
mesa. Ella era una chica algo más bajita que Alison, y más
delgada, lo que le hacía parecer más pequeña. Tenía el pelo moreno y los ojos
marrones claros-. ¿No vas a
comer nada?
-No tengo hambre, he venido antes a la cafetería a comer algo.
Amber me miró frunciendo el ceño.
-Es que me han dado un balonazo en gimnasia y me he mareado.
Soltó una pequeña risa.
-La verdad es que ahora que lo dices tienes un enorme chichón en la
frente.
-Ya lo sé.
-Además, de la inercia se ha caído al suelo –especificó Natasha.
Esta vez Amber soltó una carcajada.
-Pero estás bien, ¿no?
Le mandé una
mirada recelosa a Natasha.
-Sí, estoy
bien. Eric me ha llevado a la enfermería y me han puesto algo de hielo.
Entré en
casa, dejé las cosas en el suelo y me fui directa a la cocina. Rebusqué por
todas partes el sitio en el que mi madre habría guardado los medicamentos, dado
que me dolía mucho la cabeza.
-¿Qué buscas?
–preguntó mi abuela, que acababa de entrar.
-Los
medicamentos.
Dejó las
bolsas de la compra sobre la encimera y se dirigió a la fila de cajones que
había junto al fregadero, abrió el último.
-¿Para qué
los quieres? ¿Te encuentras mal?
Resoplé.
-Me han dado
con una pelota de baloncesto, y ahora me duele bastante –expliqué mientras
sacaba algo de hielo.
-¿Con una
pelota de baloncesto?
-Hola –oí la
voz alegre de mi hermana entrar por la puerta.
Se acercó a
la cocina y dejó otro par de bolsas junto a las otras. Me miró un segundo y
noté como sus labios se curvaban intentando no dejar escapar una risa.
-¿Qué te ha
pasado?
Me tomé las
pastillas y me puse algo de hielo para bajar la hinchazón mientras le echaba
una mirada de odio, sabía que por dentro ya se estaba carcajeando.
-Me han dado
con una pelota de baloncesto –expliqué.
Soltó la
carcajada.
-¿Pero estás
bien? –mi abuela se acercó para examinarme la contusión.
-Sí, estoy
bien. Solo quiero tumbarme.
Me dirigí al
comedor y me acosté en el sofá.
Después de
descansar un rato y de que las pastillas hicieran su efecto, subí a mi
habitación para hacer los deberes pendientes que tenía.
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