CAPÍTULO
16: Guarda mi secreto
Me revolví entre las sábanas y la cabeza
me dolía como si llevara horas sin dormir. Me desperecé y miré de reojo el
reloj de la mesita de noche. Me quedé de piedra al ver que eran las doce del
medio día. Mi primer impulso fue levantarme rápidamente, pero después caí en la
cuenta de que ya era demasiado tarde como para preocuparme de ir a clase. Me
extrañé que nadie me hubiera despertado. Bajé a la cocina, con el pijama
todavía puesto. Mi padre almorzaba en la mesa mientras leía el periódico.
-¿Cómo has dormido? –preguntó.
-Bien, ¿pero por qué nadie me ha
despertado? –inquirí mientras me servía un vaso de zumo.
-Lo hemos hecho, pero estabas tan
exhausta que ni te has enterado. Te dije que no utilizaras tanto los poderes.
¿Te duele mucho la cabeza?
-Bastante. Pero no los utilicé tanto –me
evadí.
-Los descubriste ayer, con poco que los
utilices te cansarás. Lo peor de ello es que no te das cuenta hasta que no
puedes más. Al principio es fácil aguantar, pero con forme vayas aprendiendo
otros hechizos será más difícil, dado que algunos te llegarán a quitar mucha
energía.
-Pero contra más los usas, más fácil te
es utilizarlos, ¿no?
-Sí –se levantó de la mesa-. Ahora me
tengo que ir a trabajar –me dio un beso en la frente-. Tómate algo para intentar
calmar el dolor de cabeza. Nos vemos esta noche.
-De acuerdo.
Recogí el almuerzo, y después de
ducharme estuve vagueando toda la mañana, dado que mi abuela no estaba para
decirme nada. Esta llegó justo a la hora de comer, mientras preparaba la comida.
-Hola, cielo –saludó dejando el bolso
sobre la mesa. Se acercó y olfateó lo que cocinaba-. Qué bien huele.
Empezó a poner la mesa, tan solo dos
platos.
-¿Solo comemos nosotras dos?
-Sí, tu madre estará en la oficina hasta
tarde, y Phoebe comía en la universidad.
Comimos tranquilamente mientras
hablábamos.
-Hoy te has escaqueado de ir a clase,
¿eh?
-Sí –sonreí-. No sabía que los poderes
me agotarían tanto.
-¿Y has estado haciendo algo de provecho
o vagueando todo el día?
-He estudiado algunas asignatura que
llevaba más flojas –mentí-. ¿Y tú dónde has estado toda la mañana? –desvié el
tema de la conversación.
-He ido a la escuela de magia a dar un
par de clases. Es lo que suelo hacer todos los días.
-¿Qué? No me dijiste que dabas clases
allí –dije sorprendida-. ¿Qué es lo que enseñas?
-Imparto clases de Historia de la Magia.
-¿Y cuándo podré ir yo? Cualquier tarde,
¿no? –callé y antes de que contestara solté otra pregunta-. ¿También hay clases
por la mañana?
-Hay clases durante todo el día, los más
mayores dan algunas clases por la mañana, pero suele ser por la tarde cuando
más clases se dan. En cuanto a lo de ir, puedes acompañarme cualquier tarde y
apuntarte, cuanto antes mejor.
-Genial. ¿Y también hay clases para
utilizar los poderes o todas son teóricas?
-Claro que hay clases prácticas, hay más
que teóricas. La práctica es lo que hace la perfección.
Continuamos comiendo mientras me iba
contando todo lo que se hacía allí. Cuando acabamos recogí la mesa y subí al
desván para indagar más en el baúl. Apenas tenía luz suficiente para leer, así
que decidí bajarlo hasta mi habitación.
-Movere
–musité.
Pero el baúl era demasiado pesado, con
lo que apenas se arrastró por el suelo unos centímetros. Volví a intentarlo,
pero no funcionó.
-¡Abuela! –grité para que me oyera desde
el piso de abajo.
-Dime, cielo.
-¡No puedo llevar el baúl hasta mi
cuarto!
En cuanto acabé de pronunciar esa frase,
el baúl desapareció ante mis ojos. Sonreí. Esto
es genial, pensé.
-¡Gracias!
Bajé hasta mi habitación, y me encontré
con el baúl frente a mi ventana. Me senté en el sofá que formaba, lo abrí y
empecé a observar de nuevo las fotografías. Se me encogió el corazón al pensar
en la horrible forma en la que las asesinaban. Y se me derramó una lágrima al
recordar a Aimara, intentando salvar a su hermana pequeña. Me enjuagué las
lágrimas y dejé las fotos a un lado para revisar las hojas que allí había.
Estuve leyendo gran parte de ellas, eran cartas que cada bruja de la familia
había escrito y dejado su foto, para el futuro. Algunas de ellas hablaban sobre
algún descubrimiento, algún hechizo nuevo; otras reflexionaban sobre la
drástica situación en la que se encontraban.
-¡Samira! –me llamó mi abuela-. Amber
está aquí.
Salí de mi ensimismamiento, metí todo de
vuelta al baúl, y lo cerré. Me senté rápidamente en la cama y abrí el
ordenador.
-Hola –saludó asomándose por la puerta-.
¿Se puede?
-Sí, pasa –cerré el ordenador y lo dejé
sobre la mesita de noche.
-¿Cómo te encuentras? –preguntó mientras
se sentaba frente a mí.
-Mejor, mañana ya iré a clase.
-Bueno, pues yo te traigo los deberes,
para alegrarte el día.
-Qué bien –dije de forma sarcástica.
-No hemos hecho gran cosa hoy, así que
no hay mucho.
Sacó una hoja donde tenía apuntados
todos los deberes, y me tendió una ficha que el profesor de física había
repartido.
-Esto me lo ha dado Eric, me ha dicho
que no es muy difícil –dijo entregándomela-. Ahora tenía entrenamiento, por eso
no ha venido. Bueno, ¿y has estado todo el día en la cama?
-No, vagueando por la casa.
Miré de reojo el baúl y luego volví la
vista hacia Amber, que me hablaba de lo que habían hecho durante el día.
-Escucha, Amber –susurré.
-Dime.
-Tengo que enseñarte una cosa.
Metí la mano en su mochila y saqué el estuche.
Lo abrí y lo vacié sobre la cama.
-¿Qué haces? –me reprochó mientras
recogía algunos lápices.
-Déjalos –ordené. Me hizo caso y los
devolvió a su sitio-. Tú solo mira.
Respiré hondo y cerré los ojos para
concentrarme en todas las cosas que había sobre la cama.
-Movere –musité.
Abrí los ojos para ver todos los
bolígrafos y lápices levitando a nuestro alrededor. Volví la vista hacia Amber,
que tenía los ojos dilatados por la sorpresa. Soltó un suspiro de asombro.
-¿Qué… ¿Cómo… –resopló-. Vale, no sé ni
qué decir.
Dejé las cosas de nuevo encima de la
cama. Me arremangué y alargué la mano izquierda para que viera la marca de mi
muñeca.
-Soy… una bruja.
Se quedó callada durante unos segundos.
-¿Que eres qué? –me miró a mí y de nuevo
a la marca, repitió la acción varias veces.
-Una bruja –repetí en un susurró.
-¿Qué dices? –se le pintó una ligera
sonrisa, aunque seguía con la expresión de sorpresa en el rostro.
-¿Tú no creías en todo esto?
-Sí, claro que sí. Pero que mi mejor
amiga fuera una bruja no me lo esperaba.
Sonreí al oírle decir eso.
-Qué fuerte –se calló un momento,
analizando lo que le acababa de contar-. Vuelve a hacer eso de los bolígrafos.
Hice caso a lo que pidió y estos
volvieron a levitar.
-¿Y esto desde cuándo lo tienes?
–preguntó mientras los observaba atónita-. Quiero decir, ¿desde cuándo eres una…
bruja? Me suena hasta raro decirlo.
-Y a mí oírlo –afirmé-. Me enteré ayer.
Le dio un golpecito a uno de los
lápices, y este salió despedido hasta chocar contra la pared.
-Pues…, gracias por contármelo. Es un
secreto importante y… me lo has contado a mí –dijo con una sonrisa, casi para
sí misma.
-Bueno, como tú has dicho, eres mi mejor
amiga.
Me abrazó con fuerza, y yo le respondí
al abrazo.
-Escucha –dije separándome de ella-, esto
no se lo cuentes a nadie.
Hizo una mueca.
-No pensaba hacerlo –repuso-. De todas
formas prometo no contárselo a nadie.
Entrelazó su dedo meñique con el mío,
zanjando la promesa.
-Podrían pensar que estoy loca.
-O que eres obra del demonio –dijo con
una risa-. Todo eso creo que ya quedó muy atrás, ¿no? La gente ya no piensa en
esas cosas.
-Entonces tú eres la única rara que
todavía cree en esto.
-Y estaba en lo cierto. Ya verás cuando
se lo cuentes a Eric y se dé cuenta de que no tenía razón. Va a flipar.
Desvié la mirada, no había pensado en
ello. Pero que Eric no creyera en absoluto en todas estas cosas haría más
difícil contárselo.
-Piensas decírselo, ¿no? –inquirió al
ver que no contestaba.
-Sí –susurré-. Pero él no cree en esto.
¿Crees que lo estropearía?
-No sé, puede que simplemente necesite
saber lo que hay. Lo mejor será que lo intentes. Además, él te quiere mucho, y
no creo que por una tontería…
-No es precisamente una tontería –le
corté-. Tal vez espere un poco.
-¿A qué, Sam?
-No sé…, es que…
-Díselo, y cuánto antes mejor.
Suspiré.
-Tienes razón, hablaré con él.
-Bueno, yo me tengo que ir. Debo estar
en la escuela a las cinco y media.
Le acompañé hasta la puerta.
-Ya me contarás más cosas sobre todo
esto, ¿vale? –se acercó y me dio otro abrazo-. Nos vemos mañana.
-Adiós.
En cuanto cerré, mi abuela entró por la
puerta y se quedó mirándome.
-¿Qué? –inquirí encogiéndome de hombros.
-¿Qué tal ha ido?
No entendí la pregunta por un segundo,
pero en seguida lo capté.
-Se lo ha tomado muy bien, siempre ha
creído en estas cosas.
-Eso está bien, aunque la gente de ahora
piensa que todo esto era simplemente una fantasía de hace muchos años.
-Yo lo pensaba hasta ayer.
En ese momento sonó el teléfono, mi
abuela fue a cogerlo y yo subí de nuevo a mi habitación para hacer los deberes.
Sin ninguna gana me senté frente a la mesa de escritorio y encendí mi aparato
de música, que se encontraba sobre uno de los estantes, para hacer el trabajo
más ameno. Saqué por último la ficha de física e intenté hacer los ejercicios,
la mayoría de ellos no los acababa de entender así que decidí llamar a Eric, pero
este no cogía el teléfono. Finalmente decidí dejarlo, y guardé la hoja dentro
de la libreta.
Bajé las escaleras y me dirigí al
comedor para ver la televisión, pero al parecer mi padre ya la había acaparado,
dado que estaba puesto el canal de los deportes.
-¿Puedo cambiar? –pregunté al ver que no
estaba sentado en el sofá.
-No –contestó rápidamente, lo que únicamente
significaba que había baloncesto.
-¿Quién juega hoy?
-Los Lakers contra los Boston Celtics,
será un partido genial.
-Bien.
Me levanté y ayudé a poner la mesa, en
el comedor, ya que cada vez que había algún partido de baloncesto todos
comíamos frente a la televisión. El baloncesto era de los pocos deportes, o el
único, con el que me sentaba para ver un partido. Mi padre se sentó frente a la
tele en cuanto empezaron a presentar a los jugadores. Yo le imité, sin embargo
mi abuela y mi madre se quedaron en la cocina. Ellas, los días de partido, solían
sentarse lo justo para cenar, no eran muy aficionadas al deporte.
En cuanto sonó la bocina y el árbitro
lanzó la pelota Phoebe entró por la puerta.
-¿Llego tarde? –dijo acalorada mientras
dejaba las cosas en un hueco del sofá y se sentaba junto a mí.
-Acaba de empezar ahora mismo.
Vimos el partido, emocionados. Había
estado muy ajustado, cada cuarto predominando uno, hasta que Los Lakers
consiguieron remontar el marcador hasta llevarles una ventaja considerable.
-Ha sido un buen partido, han jugado muy
bien –opinó mi padre mientras empezábamos a recoger la mesa.
-Samira, tu móvil suena arriba –me
informó mi madre.
-Vale, voy.
Dejé los platos sobre la encimera y subí
rápidamente.
-¿Sí? –contesté sin mirar quién era.
-Hola –habló Eric al otro lado-. ¿Cómo
te encuentras?
-Estoy mucho mejor. ¿Tú qué tal?
-Un día agotador, hemos estado
entrenando toda la tarde.
-Hasta la hora del partido –adiviné.
-Claro. ¿Lo has visto?
-Sí, mi padre no se pierde ni uno.
-Por cierto, Amber ha ido a darte los
deberes, ¿no?
-Sí.
-¿Has conseguido hacer lo de física?
-Apenas he hecho algunos ejercicios, y
te he llamado pero no me cogías el móvil. Aunque he supuesto que estarías
entrenando.
-Si quieres mañana te lo puedo explicar.
Me senté en la cama, frente al baúl, y
me quedé observándolo durante unos segundos. Sin duda, cuanto antes le contara
a Eric lo que pasaba mejor. Además, probablemente no se lo tomaría tan mal cómo
yo pensaba –me observé la marca, que a primera vista parecía un simple tatuaje
pero que era mucho más que eso-. A lo mejor simplemente se quedaría confundido
y luego lo aceptaba. Definitivamente, mañana se lo contaría.
-Sam –oí que intentaba llamar mi
atención.
-Sí –dije saliendo de mi
ensimismamiento-. Mañana me vendría bien que me explicaras algunas cosas.
Oí cómo se reía.
-No me estabas escuchando, ¿verdad?
-Es que mi madre me estaba diciendo una
cosa –mentí-, lo siento. Pero ahora te escucho.
-No pasa nada, da igual. Era un simple
comentario sobre el partido.
-Está bien.
-El sábado hacen un partido, los Hawks contra
los Bulls, hemos quedado en casa de Liam para verlo, ¿te apuntas?
-Sí,
vale. Será divertido.
Oí
que bostezaba al otro lado del teléfono.
-Estás
cansado, ¿no?
-Sí,
estoy agotado, hoy el entrenador nos ha dado mucha caña.
-Pues
nos vemos mañana.
-Buenas
noches –se despidió antes de colgar.
Me
levanté de la cama para ponerme el pijama y me acurruqué bajo el edredón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario